Una de las peores frases que se pueden dirigir a una persona con cáncer es la siguiente (o similar): “Debes tener una actitud positiva para que funcione mejor el tratamiento”. El impacto psicológico de este tipo de afirmaciones puede ser demoledor, pero es que ni siquiera son ciertas, porque no hay ninguna evidencia sólida de que pensar positivamente o tener una actitud positiva influya en un mayor efecto del tratamiento, ni en la cura de la enfermedad, ni en la disminución del riesgo de recurrencia.
Ante este tipo de propuestas para que cambie su estado de ánimo, “la mayoría de las veces el paciente siente que las personas de su entorno no entienden lo que le sucede y eso puede hacer que opte por no hablar de sus emociones al percibir que estas no son acogidas y validadas”. Es más, “en ocasiones esto puede causar que la persona evite el contacto con otras personas y se incremente su sensación de soledad”.
El paciente puede sentir “que no es capaz de ser positivo o, si lo es, tal vez de no serlo lo suficiente”. Es entonces cuando surge el sentimiento de culpa. Esa persona puede sentir emociones como el miedo o la tristeza, por ejemplo, ante los malos resultados de alguna prueba, o bien porque se siente mal físicamente, y llegar a creer “que todo ello es a causa de que no está poniendo todo de su parte, generándose además el pensamiento de que las cosas aún pueden empeorar si no es capaz de ser más positivo”.
La baja autoestima es otra de las posibles consecuencias: “La persona puede sentir que no es capaz de estar a la altura de lo que se espera de él”. Y esto, a su vez, puede incrementar el sentimiento de culpa al hacerle creer “que es una carga para los demás y que les está haciendo sufrir”.
En definitiva, “el pensamiento positivo acaba depositando la responsabilidad en el paciente en un proceso que ya es duro de por sí y en muchos aspectos incontrolable”. Se convierte, por lo tanto, en una forma de tiranía psicológica.
Ante este tipo de propuestas para que cambie su estado de ánimo, “la mayoría de las veces el paciente siente que las personas de su entorno no entienden lo que le sucede y eso puede hacer que opte por no hablar de sus emociones al percibir que estas no son acogidas y validadas”. Es más, “en ocasiones esto puede causar que la persona evite el contacto con otras personas y se incremente su sensación de soledad”.
El paciente puede sentir “que no es capaz de ser positivo o, si lo es, tal vez de no serlo lo suficiente”. Es entonces cuando surge el sentimiento de culpa. Esa persona puede sentir emociones como el miedo o la tristeza, por ejemplo, ante los malos resultados de alguna prueba, o bien porque se siente mal físicamente, y llegar a creer “que todo ello es a causa de que no está poniendo todo de su parte, generándose además el pensamiento de que las cosas aún pueden empeorar si no es capaz de ser más positivo”.
La baja autoestima es otra de las posibles consecuencias: “La persona puede sentir que no es capaz de estar a la altura de lo que se espera de él”. Y esto, a su vez, puede incrementar el sentimiento de culpa al hacerle creer “que es una carga para los demás y que les está haciendo sufrir”.
En definitiva, “el pensamiento positivo acaba depositando la responsabilidad en el paciente en un proceso que ya es duro de por sí y en muchos aspectos incontrolable”. Se convierte, por lo tanto, en una forma de tiranía psicológica.
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