Una vez pasado el comercio de Puertas y la zona de acceso a las dos viviendas a las que nos hemos referido anteriormente, nos encontrábamos con un pequeño pasadizo que nos permitían adentrarnos en el bar Chamaco. Pero antes de entrar, recordamos que, colaborando con la creación del pasadizo, había un pequeño comercio dedicado a la venta de frutas y otros productos. Era un local pequeño, pero con buenos productos y buena clientela.
El negocio estaba dirigido por el matrimonio formado por Francisco, conocido por Paco “El Calavera” y su esposa Felisa. Tuvieron dos hijos, una chica que se marchó a Madrid, y otro, “El Peque”, persona muy conocida en el valle, pues desempeñó durante mucho tiempo el oficio de taxista.
Paco, parece ser que tenía un trabajo dentro la Renfe, en el pueblo, pero por razones que se nos escapan, tenía mucho tiempo libre para pasar gran parte de la jornada ayudando a su esposa Felisa, en la atención de la tienda. Creo recordar que las cajas de los productos estaban situadas en la pared de afuera de la tienda a la vista de los compradores. Por otro lado, me comentan que en una de las paredes de la tienda, había una cristalera, a través de la cual se podía ver a los pequeños pollitos que la gente se compraba para su engorde y posterior sacrificio, en fiestas importantes en la familia. Era un escaparate muy visitado por los niños, mientras esperaban la llegada de “la línea” o se paseaba por la zona. No nos olvidemos que algo parecido encontrábamos en la tienda de Muñoz al otro lado de la calle.
1 comentario:
Me acuerdo de esa frutería junto a Rubiales, es cierto que tenía expuestas las cajas de fruta con vistas a la calle. Y en la nebulosa de mis recuerdos creo entrever que efectivamente allí, al lado, paraba el autobús -la línea-. Era cuando los plátanos venían en racimos (no digo que vinieran en la línea), y luego, el troncho del racimo, lo usábamos los niños para echar guerras. En cuanto al bar de Chamaco y su bolera, no tenía yo ni idea, aunque probablemente en mi primera infancia los conocí. Mi padre, por cierto, a veces me llamaba chamaco, tal vez lo sacó de ahí. Y en la esquina de Rubiales había una máquina expendedora de chicles, esféricos, con cobertura dura, que le daba el sol y el granizo y no tenían fecha de caducidad, ese detalle aún no se había inventado
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