La innovación, cuando es verdadera y no mero humo, viene de cosas más básicas como la creatividad, cierto talante competitivo, la atención constante a los detalles que piden mejora, y las ganas de ponerse a ello. Manuel Redondo señalaba hace poco en estas páginas que los países más innovadores se correlacionan con los más felices. No es extraño, porque, entre las cosas que hacen felices, la innovación es de las que menos efectos indeseados conllevan; frente a la resaca de la bebida, el colesterol de la comida, la conflictividad del cotilleo, o el embarazo no deseado, el único efecto que le veo a la innovación es la frustración de no desarrollarla adecuadamente por carecer de ambiente adecuado. Por eso, no sé si hay maneras de promover la innovación: emigrar a entornos más favorables parece llevar a un "efecto Mateo": hace a los entornos innovadores, más aún, y a los no innovadores, menos.
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