Sirva como precedente que asisto como espectador a través de la prensa, y que no formo parte de ninguna de las partes implicadas, pero quiero hacerme eco de las conclusiones personales a las que he llegado, desde ese prisma de objetividad a que hago referencia, con relación a la polémica surgida entre los pequeños comerciantes y las grandes superficies.
Los comerciantes habían pactado un calendario para abrir determinados días, pero las grandes superficies han logrado que el político de turno modificase este acuerdo, que beneficia a los más poderosos, en detrimento de los más débiles. Como viene también siendo habitual, los subvencionados sindicatos han dedicado sutiles, e infructuosas protestas, que solamente sirven para justificarse ante una sociedad que cada vez los mira con más recelo. Pertenezco a esa generación en la que existían unos valores en los que la honorabilidad de las personas era tal, que un simple apretón de manos sellaba un acuerdo inamovible para siempre, para cualquiera de las partes implicadas.
La pérdida de estos valores, que han sido relegados a un segundo o tercer lugar, hace que ese apretón de manos hoy en día no valga para nada, e incluso que tampoco tengan valor los acuerdos firmados. Estos solamente son vinculantes cuando benefician al grande, pero si este considera necesario cambiarlos, ejercerá la suficiente presión social, política o económica, para que el político de turno, modifique acuerdos, disposiciones o leyes que mantengan esa posición de privilegio, a la que no están dispuestos a renunciar.
¡Tenemos lo que nos merecemos!
A. José Salas Pérez-Rasilla en Cartas al Director, de El Diario Montañés
Los comerciantes habían pactado un calendario para abrir determinados días, pero las grandes superficies han logrado que el político de turno modificase este acuerdo, que beneficia a los más poderosos, en detrimento de los más débiles. Como viene también siendo habitual, los subvencionados sindicatos han dedicado sutiles, e infructuosas protestas, que solamente sirven para justificarse ante una sociedad que cada vez los mira con más recelo. Pertenezco a esa generación en la que existían unos valores en los que la honorabilidad de las personas era tal, que un simple apretón de manos sellaba un acuerdo inamovible para siempre, para cualquiera de las partes implicadas.
La pérdida de estos valores, que han sido relegados a un segundo o tercer lugar, hace que ese apretón de manos hoy en día no valga para nada, e incluso que tampoco tengan valor los acuerdos firmados. Estos solamente son vinculantes cuando benefician al grande, pero si este considera necesario cambiarlos, ejercerá la suficiente presión social, política o económica, para que el político de turno, modifique acuerdos, disposiciones o leyes que mantengan esa posición de privilegio, a la que no están dispuestos a renunciar.
¡Tenemos lo que nos merecemos!
A. José Salas Pérez-Rasilla en Cartas al Director, de El Diario Montañés