Roberto nos proporciona la entrevista que EL
CULTURAL.es hace a Zygmunt Bauman, sociólogo, filósofo y ensayista, Premio Príncipe de
Asturias de Humanidades en 2010, con motivo de la presentación de su último libro, 'Sobre la
educación en un mundo líquido' (Paidós), en el que reflexiona sobre
la situación de los jóvenes ante la crisis de valores que estamos viviendo:
Durante
treinta años hemos vivido en un mundo de ilusión. Hace justamente tres décadas
empezamos a usar tarjetas de crédito y eso cambió la perspectiva de las cosas. Pasamos de vivir ahorrando a la civilización
del malgasto y el consumo. Desde entonces hemos vivido en un boom, basado en el
hecho de que gastábamos mucho más de lo que ganábamos. Además pedíamos
préstamos a expensas de nuestros nietos. Ellos son los que pagarán el coste de
nuestro despilfarro. El hecho de que haya caído el crédito es revelador, es
como si se hubiera descorrido el telón dejando ver la realidad que había detrás.
Está claro que no podíamos seguir viviendo así, pidiendo créditos
continuamente.
-¿Qué
se podría haber hecho para evitar este cataclismo financiero?
-Dejamos que nuestra conciencia caminara
sola hacia la catástrofe, porque no quisimos ver dónde nos estábamos metiendo.
Los bancos nos han estado incitando, durante años, a gastar más y más. Nos
daban tarjetas de crédito a todas horas, nos facilitaban el gasto de una manera
desorbitada. Hace décadas, el sistema capitalista empezó a dar créditos
indiscriminadamente para estimular el gasto. Los bancos daban tarjetas a
quienes no las tenían para que gastaran, facilitaban el acceso a préstamos y
créditos, convirtiendo a esa gente en fuente de beneficios constantes para el
banco. Y, cuando alguien no podía pagar su crédito, se le enviaba una carta
invitándolo a contraer otro préstamo para poder pagar el primero. Es decir,
hemos formado parte de una cadena de falsedades que sólo ha beneficiado al
propio banco. La concesión de las hipotecas ha sido un engaño. Finalmente esta
cadena de despropósitos ha caído por su propio peso.
-¿Entiende el desencanto de la juventud
de hoy?
- Por
supuesto, es lógico que los jóvenes estén desencantados ante la situación
política actual, han perdido confianza en nuestros políticos y no sienten
ilusión ni viven con ideales. Los licenciados universitarios de hace tres o
cuatro años ven que han trabajado duro para formarse y no encuentran un trabajo
que les permita desarrollar una profesión. Antes, los jóvenes veían que la situación de sus padres era
el punto de partida del que ellos arrancarían para progresar, porque iban a ir
a mejor con toda seguridad. Ahora no ocurre eso, los jóvenes
están preocupados por mantener la posición heredada de sus padres y dudan poder
mejorarla, más bien todo lo contrario, ya que sospechan que irán a peor. Esto
es desalentador para ellos. Es la primera vez que esto ocurre desde la Segunda
Guerra Mundial. Los jóvenes han perdido la confianza en el sistema político
heredado y con toda la razón, porque no creen que los gobiernos de los países
puedan cumplir sus promesas porque están sometidos a distintas presiones, la de
los electores que los han votado y la del FMI, del Banco Mundial y de la Bolsa,
organismos que sólo se preocupan de rendimientos y resultados y no de ideales
políticos.
-¿Han de encontrar otra manera de hacer
política?
-Sí, no
creo que hayan perdido interés en la política en general sino que están
desengañados de esta política y de estos políticos. De ahí que surjan
movimientos como "los indignados". Está bien que aparezcan este tipo de agitaciones, pero
deberían articularse de otra manera más sólida. Han de encontrar una manera más
eficaz de saber lo que necesitan y pedirlo. Quizás Mark
Zuckerberg, el fundador de Facebook, sería un buen político ya que sabe cuáles
son los mecanismos más eficaces para conectar con los jóvenes, y conoce muy
bien sus intereses y motivaciones.
-¿Seguirán inmersos en el capitalismo a
pesar de la crisis del sistema?
-Por supuesto, porque es un modelo ingenioso y flexible. Rosa Luxemburgo ya
escribió en su momento que el capitalismo crecería a expensas de la
transformación de las economías no capitalistas en economías capitalistas,
porque esto era lo que iba a proporcionar beneficios. Era la época
imperialista, tenía lugar la expansión territorial para conquistar tierras
vírgenes y conseguir su productividad. Ahora no hace falta colonizar en
persona, se consigue la conquista territorial enviando lejos, a esas tierras
vírgenes, a unos agentes bancarios que colonicen e impongan su sistema. El sistema capitalista goza de buena
salud. ¿Se ha fijado, por ejemplo, en el fenómeno de las botellas de agua? Hace
quince años nadie llevaba permanentemente una botella en el bolso mientras que
ahora todo el mundo lo hace. Incluso tiramos la que llevamos en
la mano para pasar el control de seguridad del aeropuerto y, en cuanto subimos
al avión, compramos otra. Y ¿qué me dice de la telefonía? Siete millones de
personas compraron el IPhone 4 el pimer día que se puso a la venta y, cuando salió
el IPhone 5, nueve millones de personas lo compraron también el primer día, lo
que significa que probablemente la misma cantidad de personas tiraron el que
tenían para comprar el nuevo. El capitalismo se basa en esto, en deshacernos de
lo que tenemos, aunque funcione perfectamente, para demostrar a los que nos
rodean que tenemos el último modelo. Así es que tenemos capitalismo para rato.