La falta de valores hace que las buenas personas hayan sido abolidas por la sociedad actual, siendo sustituidas por otra especie: las personas con éxito.
Las buenas personas fueron la base de nuestra paz. Ahora parece que ese tipo de gentes se han quedado ociosas u obsoletas y a día tras día cuesta tropezar con este género de la especie humana de cuya bondad derivaba una bonanza social. Las buenas personas eran además, dentro y fuera de la familia, un resguardo de seguridad y felicidad.
Podía confiarse en las buenas personas como soportes. Soportes y pilares ejemplares a través de cuya admiración por los demás servía de contagio y emulación para otros.
Esos pilares actuaban, además, con la mayor naturalidad y era precisamente su real benevolencia, su fácil capacidad de perdón y su asistencia en la adversidad la que decidía el bienestar colectivo de los pueblos. No era necesario que numéricamente fueran muchas pero eran relativamente tantas que hoy nos parecerían un insólito batallón. Tías, antiguas compañeras, primas... casi siempre las buenas personas coincidían con ser mujeres pero también había algunos y principales hombres buenos que en ocasiones cumplían como alcaldes. Más notarios, médicos o abogados que nos ayudaban generosamente y nos asesoraban bien. La pérdida o la fuerte reducción de las buenas personas ha dejado por tanto al grupo social enflaquecido o deshilvanado porque estas gentes en las que convergían muchos actuaban como una hilación afectuosa dentro de cuyo círculo vivíamos más confiados y liberados de este temor crónico que se esconde en cada relación.
Fuente: Vicente Verdú en Boomewrang
Las buenas personas fueron la base de nuestra paz. Ahora parece que ese tipo de gentes se han quedado ociosas u obsoletas y a día tras día cuesta tropezar con este género de la especie humana de cuya bondad derivaba una bonanza social. Las buenas personas eran además, dentro y fuera de la familia, un resguardo de seguridad y felicidad.
Podía confiarse en las buenas personas como soportes. Soportes y pilares ejemplares a través de cuya admiración por los demás servía de contagio y emulación para otros.
Esos pilares actuaban, además, con la mayor naturalidad y era precisamente su real benevolencia, su fácil capacidad de perdón y su asistencia en la adversidad la que decidía el bienestar colectivo de los pueblos. No era necesario que numéricamente fueran muchas pero eran relativamente tantas que hoy nos parecerían un insólito batallón. Tías, antiguas compañeras, primas... casi siempre las buenas personas coincidían con ser mujeres pero también había algunos y principales hombres buenos que en ocasiones cumplían como alcaldes. Más notarios, médicos o abogados que nos ayudaban generosamente y nos asesoraban bien. La pérdida o la fuerte reducción de las buenas personas ha dejado por tanto al grupo social enflaquecido o deshilvanado porque estas gentes en las que convergían muchos actuaban como una hilación afectuosa dentro de cuyo círculo vivíamos más confiados y liberados de este temor crónico que se esconde en cada relación.
Fuente: Vicente Verdú en Boomewrang
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