Una mujer puede arruinarte la vida sin que hayas cometido ningún delito. Puede hacerlo tranquilamente, a la luz del día, presentando una denuncia falsa que te obligará a dimitir de todos tus cargos mucho antes de que puedas defenderte. Tendrás que demostrar que eres inocente, y no al revés. Lo más probable es que acabes detenido y pasando unas horas e incluso unos días en el calabozo, sin que conste contra ti prueba alguna ni ningún indicio de culpabilidad que no sea la mentira de la mujer.
Eso es lo que ha pasado con Josep Pons, ex embajador de España en Austria y ex presidente del Real Mallorca, que por culpa de la falsa denuncia de su asistenta, acusándole de «molestia sexual», fue destituido como embajador en Viena y como presidente del Mallorca, además de brutalmente humillado por el sector feminista del PSOE con Trinidad Jiménez al frente del linchamiento. El miércoles se celebró el juicio y el juez, después de escuchar a la asistenta durante más de tres horas, lo vio tan claro que dictó sentencia oral a modo de anticipo de lo que en los próximos días trasladará por escrito.
Rechazó la acusación por no resultarle creíble y condenó a la acusada a pagar las costas del proceso entero. Pons ya le había ganado a UGT una demanda por difamación y el sindicalista Antón Obieta, que fue quien denunció ante los ante los medios de comunicación las falsedades que anteayer desmontó el juez, fue condenado a indemnizarle con 100.000 euros.
Pons ha ganado pero naturalmente su absolución –y lo que es más importante: su inocencia– no ha ocupado ni en los periódicos ni en los telediarios ni una centésima parte del espacio que ocuparon las mentiras y las difamaciones que le destruyeron la vida y que lesionaron de un modo atroz su honorabilidad. No se ha disculpado Trinidad Jiménez, tan de izquierdas y justiciera; ni se ha disculpado tampoco el consejo de administración del Mallorca, que le destituyó escondiéndose en el cobarde eufemismo de haber perdido la confianza en él.
No tendría que ser tan fácil destruir la vida de un hombre, no tendríamos que vivir tan indefensos ante la humillación y el linchamiento del feminismo más devastador y estéril. El feminismo y la corrección política arrasan con todo lo que les molesta sin ningún tipo de reparo, de freno ni de piedad. A Josep Pons ¿quién le devuelve el prestigio?, ¿quién la embajada en Viena?, ¿quién la presidencia de su querido Mallorca? No tendría que ser tan fácil destruir la vida de un hombre, ni aniquilarle civilmente, ni darle sepultura en vida, y esconderse luego del modo más indigno cuando la Justicia le absuelve de cualquier culpabilidad, en lugar de dar la cara y pagar por el daño causado, o tener como mínimo la decencia de reconocer el error y de pedir perdón de manera inequívoca y arrepentida.
Josep Pons ha sido declarado inocente pero su vida ha quedado completamente invalidada. Los culpables de haberle acusado falsamente y los culpables de haberle despreciado como a un delincuente campan con total impunidad y sin la menor vergüenza. Ser hombre en España es un estado de indefensión permanente. Ser hombre en España es ser culpable. El feminismo es un resentimiento. Estamos a una rabieta de cualquier mamarracha de acabar en la cárcel.
Fuente: El Mundo
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