Mi perro llegó a mi vida en el año 1998 o 1999 (hay varias versiones). Me lo regaló la que por aquél entonces era mi novia y en aquél momento no supe apreciar que era el mejor regalo que me harían nunca. Era una camada de varios cachorros y cuando tuve que escoger entre uno de ellos le vi, vi su mancha marrón que casi le cubría entero el ojo derecho y me hizo mucha gracia porque el resto (poco porque apenas tenía dos meses) era blanco como la nieve. Lo llevé a casa en mi moto, sin avisar que iba a llevar un nuevo inquilino ya que a mis padres no les hacía mucha gracia tener una mascota, pero en cuanto entré por la puerta con él a mi madre y a mi hermana les pegó un ataque de histeria como si el mayor de sus ídolos acabara de hacer aparición. Estaba lleno de pulgas, se las veía correr por su cabecita, y lo llevamos al veterinario. Lo desparasitamos, le cortamos la cola (ya sé que eso no se puede hacer ahora) y nos lo volvimos a llevar otra vez a casa en moto.
Echamos a suertes el nombre de aquél perro, metimos varios papeles con nombres en un cenicero …… y salió el que yo había apuntado: Key. Yo tenía 18 años y no sabía lo que ese día iba a significar para mí, no tenía ni idea de lo que Key iba a ser en mi vida.
Pasaron los días, los años, y Key, evidentemente, se hizo mi amigo. Empecé a trabajar me tuve que ir a vivir León y el único recuerdo que me llevé de mi casa fue una foto suya mordiendo su peluche favorito. Llegó la hora de independizarme y después de acostumbrarme a mi nueva casa me lo llevé conmigo. Hasta que un día mi perro ya no pudo más, luchó por superar su dolor y no se quejó nunca pero la edad no perdona y se tuvo que ir. Ya había nacido mi hija y me alegró de corazón que la conociera. Espero que encontraras tu camino. Te quiero Key.
Antonio Presmanes en Cartas al Director, del Diario Montañés.
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