Uno abre el periódico y se topa con este titular “¿Qué hacemos con nuestros hijos?” Algo debe ir realmente mal cuando el tiempo libre de los hijos se convierte en un problema para sus padres. Cuando en lugar de celebrarlo, de organizar planes para disfrutarlo en familia y realizar actividades que enriquezcan el vínculo mutuo, se pone el grito en el cielo. Y las familias claman contra el sistema educativo, contra los centros de enseñanza, cuya tarea es enseñar, y no paliar las deficiencias de una sociedad que considera normal aparcar los hijos en instituciones, sin sonrojo, para correr a trabajar sin resuello. No he oído a nadie preguntar: ¿Qué hacemos con nuestras jornadas maratonianas? ¿Qué hacemos con nuestra patronal, que como eje vertebrador de la sociedad, debiera colaborar en la conciliación? ¿Qué hacemos con nuestros sindicatos, que no exigen una mejora en los horarios de las empresas, en adaptar y ampliar sus períodos vacacionales para mejorar la convivencia familiar? ¿Qué hacemos con nuestros abuelos, que una vez jubilados, cuidan de los nietos a jornada completa? ¿Qué hacemos con nuestros salarios, que no nos permiten ahorrar para tomarnos unos días, unos meses, un tiempo para pasarlo en familia?
Detengámonos un momento, paremos a pensar. Los hijos crecerán, y será tarde; quizás nos percatemos de que apenas los vimos pasar de refilón, de que la vida se fue trabajando. Y ni si quiera sabremos para qué. Hemos normalizado algo que no es normal. No hallaremos soluciones hasta no plantear las preguntas adecuadas. ¿Cuál es el auténtico problema? ¿El tiempo libre de los hijos? ¿O la falta de tiempo de los padres?
María Barcenilla Alonso, de Torrelavega, en Cartas al Director, de El Diario Montañés.
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