Hay una manera de tener niños sin inocencia, y es convertirlos en expositor de características que llamen la atención entre la gente: unos mechones de cabello teñidos o un corte de pelo especial, un nombre poco común, una ropa sofisticada. Con eso no se les hace ningún favor, pues un tesoro de la infancia es vivir todo un mundo que está "detrás de la pantalla": el asombro por la flor que se despliega día a día, la contemplación de la araña tejiendo su tela, la ensoñación ensimismada en la sala de espera, observando a la anciana de enfrente y sin artilugios que manipular, ni con los que presumir. Es el mundo de lo pre-humano, lejos de los "me gusta", de las polémicas y las zancadillas, mundo del cual venimos, del que dependemos, y al cual volveremos cuando se acaben las veleidades.
Adolfo Palacios, para Cartas al Director de El diario Montañés.
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