Hace años, en España se valoraba mucho la coherencia, entendida entonces como trayectoria política mantenida. Frente a ella, se criticaba a los "chaqueteros". Conviene preguntarse, por cierto, por qué ambos términos han dejado de usarse. La coherencia en sí misma no merece tanto valor, pues ideas mantenidas no significa que sean buenas; además, uno tiene derecho a cambiar (sobre todo si lo explica). Pero el valor de la coherencia no reside tanto en el aura que aporta a la persona, sino en su contribución social: instaura un clima de fiabilidad. Si el político hace por sistema lo contrario de lo que dijo, la sociedad aprende que la palabra no tiene valor, y acaba primando el oportunismo, la ley del más fuerte. La expectativa de que el responsable cumplirá lo dicho, aunque ese líder en concreto no nos guste, hace que cada cual aguante el impulso de exceder sus límites, "hoy por ti y mañana por mí".
No hay comentarios:
Publicar un comentario