EL HOMBRE MÁS FELIZ DEL MUNDO
Muchos años después de morir, Miguel Delibes seguía contando a su hijo Adolfo cuál había sido el momento más feliz de su vida. Acababa de engullir un bocadillo de chorizo, tras subir un puerto de montaña, y la carretera se abría ante él. Delibes empezó a pedalear cuesta abajo, dejándose llevar, sintiendo el viento en la frente y abrió los brazos para gritar. “Soy el hombre más feliz del mundo”, dijo. A pie de puerto le esperaba su novia, Ángeles, el amor de su vida.
Delibes había muerto en 1974, cuando falleció su esposa, aunque los médicos no certificaron su defunción hasta marzo de este mismo año. Durante los más de 30 años que pasó sin ella, el escritor vallisoletano no se cansó de repetir esta historia.
Era 1941 y Delibes veraneaba en Molledo (Cantabria) y Ángeles en Sedano (Burgos). Eran jóvenes, pobres y estaban separados por una cordillera y más de 100 kilómetros, pero querían verse. Así que el por entonces estudiante de derecho se agenció una bicicleta y, ni corto ni perezoso, se puso a dar pedales hasta llegar al pueblo de su novia.
Cinco años después esta novia, que fue la única que Delibes tuvo en su vida, se convirtió en su mujer, y en la madre de sus siete hijos, pero a pesar del tiempo que pasaron juntos, el escritor jamás pudo olvidar la sensación de felicidad que le embargaba cuando, con 21 años, se lanzaba a tumba abierta por las cuestas de la cordillera cantábrica, gritando a los cuatro vientos, loco de felicidad porque al final del camino le esperaba un beso que se había ganado con creces.
Y es que el también ganador de la triple corona (Nadal, Cervantes, Príncipe de Asturias) era ciclista y aficionado al ciclismo, incondicional del Tour y seguramente admirador de todos los que se dejan sus fuerzas a lomos de un bicicleta, sea para ganarse la vida o, como fue su caso en los años 40, para vivirla con más intensidad.
Muchos años después leo en un estupendo artículo que los hijos, nietos y bisnietos han puesto en marcha una carrera ciclista para recorrer los casi 100 kilómetros que unían los pueblos de los dos enamorados. La han llamado MAX, que era como firmaba Delibes sus caricaturas. La M era de Miguel, la A de Ángeles y la X era el futuro.
Hay caminos que son eternos. Algo me hace pensar que esta ruta se convertirá en un clásico. [Techo Díaz, en el Tío del Mazo]
Muchos años después de morir, Miguel Delibes seguía contando a su hijo Adolfo cuál había sido el momento más feliz de su vida. Acababa de engullir un bocadillo de chorizo, tras subir un puerto de montaña, y la carretera se abría ante él. Delibes empezó a pedalear cuesta abajo, dejándose llevar, sintiendo el viento en la frente y abrió los brazos para gritar. “Soy el hombre más feliz del mundo”, dijo. A pie de puerto le esperaba su novia, Ángeles, el amor de su vida.
Delibes había muerto en 1974, cuando falleció su esposa, aunque los médicos no certificaron su defunción hasta marzo de este mismo año. Durante los más de 30 años que pasó sin ella, el escritor vallisoletano no se cansó de repetir esta historia.
Era 1941 y Delibes veraneaba en Molledo (Cantabria) y Ángeles en Sedano (Burgos). Eran jóvenes, pobres y estaban separados por una cordillera y más de 100 kilómetros, pero querían verse. Así que el por entonces estudiante de derecho se agenció una bicicleta y, ni corto ni perezoso, se puso a dar pedales hasta llegar al pueblo de su novia.
Cinco años después esta novia, que fue la única que Delibes tuvo en su vida, se convirtió en su mujer, y en la madre de sus siete hijos, pero a pesar del tiempo que pasaron juntos, el escritor jamás pudo olvidar la sensación de felicidad que le embargaba cuando, con 21 años, se lanzaba a tumba abierta por las cuestas de la cordillera cantábrica, gritando a los cuatro vientos, loco de felicidad porque al final del camino le esperaba un beso que se había ganado con creces.
Y es que el también ganador de la triple corona (Nadal, Cervantes, Príncipe de Asturias) era ciclista y aficionado al ciclismo, incondicional del Tour y seguramente admirador de todos los que se dejan sus fuerzas a lomos de un bicicleta, sea para ganarse la vida o, como fue su caso en los años 40, para vivirla con más intensidad.
Muchos años después leo en un estupendo artículo que los hijos, nietos y bisnietos han puesto en marcha una carrera ciclista para recorrer los casi 100 kilómetros que unían los pueblos de los dos enamorados. La han llamado MAX, que era como firmaba Delibes sus caricaturas. La M era de Miguel, la A de Ángeles y la X era el futuro.
Hay caminos que son eternos. Algo me hace pensar que esta ruta se convertirá en un clásico. [Techo Díaz, en el Tío del Mazo]
1 comentario:
Si hay alguien que sabe escribir , que se ponga con la historia de Delibes porque es (fue) un fuera de serie. Irrepetible.
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