Emile Leray viajaba por el sur de Marruecos en solitario con su Citroën 2CV. Al abandonar la ciudad de Tan Tan, se encontró una patrulla militar en la carretera, que le cerró el paso al ser una zona controlada por el Frente Polisario. Le instaron a regresar a Tan Tan, ofreciéndose ellos a conducir el coche de vuelta. No era común ver a viajeros extranjeros solitarios en la zona, y menos con coche propio. Leray sospechó que había segundas intenciones en la amabilidad de los soldados y dió media vuelta rápidamente.
Alegando un problema de seguros que no le dejaba llevar a nadie más a bordo, Leray abandonó a los soldados y se dispuso a dar un rodeo campo a través para evitar la zona restringida. Una piedra oculta destrozó el brazo de la suspensión delantera derecha, impidiendo el movimiento del coche. Leray estaba en una zona del desierto por la que no pasaba nada ni nadie, demasiado lejos para ir caminando a cualquier punto civilizado y con víveres/agua para sólamente unos 10 días. Se dio cuenta de que estaba en serios aprietos.
Leray tenía entonces 43 años, y tras haber vivido en Mali podría decirse que se había doctorado en mecánica africana, tras trabajar en diversos talleres de Bamako durante años. Tras ver que la avería no tenía solución posible con sus herramientas – alicates, llaves fijas, alambre, martillo, un corta chapa, un pequeño serrucho y un tornillos – decidió construir una moto con las piezas aprovechables de su maltrecho 2CV. Una genialidad desesperada que sólo hace unos pocos años salió a la luz pública.
Lo primero que hizo fue separar la carrocería del chasis. Con sus calcetines se hizo unos guantes improvisados y usaba la carrocería del coche para protegerse de las tormentas de arena y guarecerse de las gélidas noches del Sahara. Las soluciones que empleó el señor Leray para construir la moto que le llevaría de vuelta a la civilización dejan a McGyver a la altura del betún, no me cabe duda alguna. Acortó el chasis del 2CV -reduciéndolo a la parte central únicamente – y colocó el motor en medio.
Leray retuvo la matrícula original del Citroën 2CV para evitar problemas con los guardias fronterizos.
La rueda delantera era la única beneficiada de algo de suspensión, y la trasera era la encargada de la propulsión. El motor transmitía la fuerza a la rueda de forma similar a las clásicas Vélosolex: el tambor de freno giraba directamente sobre el neumático. El tambor derecho estaba bloqueado con un cinturón para que el diferencial abierto transmitiese toda la fuerza al tambor motriz. Esta solución le permitía circular a una velocidad de unos 20 km/h como máximo, suficiente para alcanzar la salvación.
Emile se pasó días y días doblando trozos de metal, y uniendolos con la ayuda de los tornillos que disponía. El asiento de la moto es un trozo de paragolpes recubierto en el plástico del salpicadero. La moto no tenía frenos y su escape era libre. Los controles eran tediosos y todo se desajustaba debido a su carácter artesanal, obligándole a efectuar multitud de reparaciones improvisadas. Nuestro protagonista se calló varias veces de la moto mientras la pilotaba, pero al menos consiguió sobrevivir.
Pensaba que tardaría unos 3 días en construirla, pero realmente tardó casi 12 días. Por poco se queda sin agua y comida.
Cuando sólo le quedaba medio litro de agua fue interceptado por un todoterreno militar. Los militares no se creyeron la historia hasta que no encontraron los restos del 2CV, poco más que el esqueleto de su carrocería. Tras ser devuelto a la carretera, los gendarmes le multaron por conducir un vehículo diferente al descrito en los papeles. Concretamente le multaron por “importación ilegal de un vehículo”, e incautaron su máquina. Emile volvió a Francia y tras pagar una suma de dinero importante, recuperó su “moto” 3 meses después.
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Fuente: diario motor
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