Mírala, mírala, mírala
como baila sevillanas,
que los geranios la admiran
y los claveles suspiran
cuando danza la gitana.
La fuente con su susurro
llena de calma al jardín,
y un abanico de plata
que hace juego con su bata
la vuelven un querubín.
Toca y toca las palmas,
se mueve con gallardía,
y cada gesto bendice
lo que la nota le dice
con su arte de alegría.
La melena de azabache
entre ojos encendidos
con su perfil hace juego,
el alma prende los fuegos
que guardaba escondidos.
Las cuerdas de la guitarra
tiemblan de puro placer,
las castañuelas voltean
con los repiques que crean
colores de atardecer.
Con un jerezano vino,
recostada en el brocal
del pozo de los arcanos,
su silueta pinta vanos
que ella cambia a juncal.
Su nombre que bien que suena,
porque se llama Rocío
y de apodo Primavera,
es la flor de la chumbera
y piropo de tronío.
Y cuando va a la feria
subida en la mula oscura
es como Virgen bendita,
donde la sonrisa cita
la mejor de las venturas.
Y hasta las amapolas
que enfatizan el trigal
al verla ya sienten celos,
porque ella es el Cielo
por su gracia y su sal.
Y sigue, sigue la fiesta,
los faroles encendidos
que confunden a la luna,
que con cara de aceituna
va permitiendo descuidos.
El tablado se resiente
al afán del taconeo,
suena el olé y olé
que aplaude por lo que ve
de ese grácil contoneo.
Mírala, mírala, mírala
como baila sevillanas,
que los geranios la admiran
y los claveles suspiran
cuando danza la gitana.
Tinuco
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