Los animales del gallinero u otros que había en las pequeñas cuadras de las fincas, no sólo actuaban como consumidores de muchos de los residuos que se producían en la casa, sino que generaban el abono que posteriormente se echaban en la huerta. Ahora, recurrimos a la compra de tierras en bolsas para nuestras plantas decorativas y lógicamente a fertilizantes. En aquellos momentos, la huerta y los animales domésticos hacían que no fuera necesario. A largo del año, hemos visto que limpiábamos la caseta del gallinero, la zona de las conejeras y todo esto lo tirábamos en la pila del abono. Allí tirábamos los restos de la limpieza de las cunetas o las hierbas que nacían en la en la huerta.
Los restos de excrementos, de hierbas, las raíces de las verduras, las hojas de los árboles se descomponían dando lugar a un abono natural, que posteriormente utilizaríamos en la fertilización de los productos de la próxima cosecha. Y todo ello sin tener que hacer ningún gasto.
También es cierto, que la mayor aparte de los vecinos, se veían obligados a comprar abono para la tierra, favoreciendo su fertilidad. Era abono orgánico, que provenía de los ganaderos del pueblo, que los traían al barrio con sus carros tirados por caballos o bueyes. Abono que dejaba un olor poco agradable en el barrio. Todos los vecinos cultivaban lo mismo, en la misma época y todos utilizaban el mismo abono orgánico que teníamos en las pilas de abono que había en todas las huertas y todo el abono que traíamos de los ganaderos de la zona. Podemos imaginar cómo sería el olor del barrio en los momentos en los que se procedía a abonar el “prao” de la Condesa, arrendado por Tino “el Pasiego”, el ”prao” situado donde hoy está el Colegio José María Pereda, o todos los “praos” situados lindando con la finca de Celedonio, donde estaban las casas de su hijos Luci, José María y Tinín y que se llegaban al Sur, a las cuatro casas de Pendio, por el Oeste hasta el río Muriago. Era insoportable, ventanas cerradas y esperando que lloviera para que el olor desapareciera.
Es posible, que se pueda pensar que están fuera de lugar las referencias a las muertes de gallinas, cerdos o conejos e incluso la utilización del abono y de los olores que se desprendían en el barrio. Pero así era como vivíamos en barrio, y en todos los lugares del municipio. No había supermercados, en los que los alimentos viniesen envasados, la leche en cajas, los huevos también en cajas de distintos colores. No, en aquellos momentos todo era natural, lo obteníamos en nuestros huertos y gallineros. No maltratábamos a nuestros animales, los criábamos, los alimentábamos y posteriormente los sacrificábamos comer.
Y la verdad es que fue una infancia y juventud agradable y sin traumas.
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