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29 septiembre 2022

LAS FLORES

Las huertas, poco a poco se fueron convirtiendo en jardines donde nuestras madres plantaban todo tipo de flores que daban color a las viviendas. Era frecuente, encontrar en el camino de entrada a las casas una variedad de rosales que daban colorido al paseo hasta la casa. Los rosales solían dar flores de color rojo, blanco o amarillo. Otras de las flores que aparecían en los laterales de la huerta eran los “mantos”. Siempre los hemos llamado así, aunque su nombre más correcto es el de Calas o Lirios de agua. Esta planta, parece ser que es originaria de la zona sudafricana, y que se adapta muy bien al clima húmedo de la zona norte de nuestro país. En nuestro barrio era habitual su presencia. La floración se producía a principio de la primavera. En aquellos años, en el mes de mayo, el mes de la Virgen, era normal ver a los niños dirigirse a sus colegios con un ramo de flores que se pondría en el altar de la Virgen. En los tres colegios que había en aquellos momentos en el pueblo, -las Escuelas Nacionales, con la parte de abajo para las niñas y “parvulitos” y la parte de arriba para los niños, el Colegio del Sagrado Corazón, conocido por todos como “Las Monjas” y el Colegio de San Juan Bautista de “Las Salle”, al que todos nos referíamos como los frailes- era normal que durante el mes de mayo se decorase las clases con flores. Eran los niños y las niñas la que llevaban las flores a clase. Era para nosotros un orgullo llevar las flores a clase, nuestras madres se preocupaban de recoger las más bonitas que había que había en nuestro “jardín”. Si algunos compañeros del barrio no tenían flores o se les habían estropeado, las vecinas se las daban.
También en la huerta había otras flores como las dalias, plantas con flores de distintos colores. Flores que eran fáciles de trasplantar de una zona a otra de la huerta o para dársela a alguna de las vecinas del barrio, que no las tuvieras. Otra de las flores más frecuente en el barrio eran los crisantemos, que florecen a finales de otoño. Si las Calas eran las flores que utilizábamos en el mes de mayo para acompañar a la Virgen, las dalias y los crisantemos eran con las que adornábamos las tumbas de nuestros familiares muertos. El Día de los Difuntos, todo el pueblo se desplazaba a los cementerios y decorábamos las tumbas con flores de crisantemos y dalias. Ramos de flores, que nos gustaba llevar a nuestros difuntos. En ocasiones, había que cortarlas días antes, pues gente de fuera del pueblo las robaba para poder después venderlas en otros lugares. De hecho, recuerdo un año que todas las flores que tenía mi madre plantadas, dos días antes del Día de los Difuntos, habían desaparecido. A partir de entonces se cortaban unos días antes.
En la zona de la subida a la casa teníamos claveles. Y en las barandillas de las escaleras, mi madre como muchas de las vecinas, tenían los tiestos con geranios de todo tipo. Tiestos que había que pintar todos los años, pues las flores no podían estar en tiestos deteriorados. Así que primavera, pintura verde, roja y amarilla y a pintar tiestos.
La verdad es que en el barrio, las mujeres, las madres de familia, tenían mucha afición a las flores. Se las intercambiaban, presumían de ellas y todas se entretenían con el cultivo de sus plantas.
Como vemos, muchas cosas podemos recordar de lo que supuso la huerta y el gallinero para los vecinos del barrio. Allí obteníamos gran parte de nuestros recursos alimentarios. Alimentos hortícolas, carnes que provenían de las gallinas, conejos y otros animales que teníamos en el gallinero y, por supuesto, una variedad de frutas que ayudaban a hacer frente a los gastos que ocasionaba el mantenimiento de los integrantes de la familia, y poder tener el dinero necesario para pagar la cuota mensual de la casa.


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