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29 septiembre 2022

EL GALLINERO

Este era otro elemento fundamental en el sostenimiento económico de la familia. En el caso concreto de la finca de mis padres y la de Miguel y Lucia, ambos estaban situados unidos por uno de los lados, aunque presentaban diferencias. Así en el gallinero de mis padres, se entraba por un camino y la puerta estaba situada en la zona Este. En la de Miguel y Lucia, la entrada estaba en la acera situada al norte de la casa y un pequeño camino, pegado a los arbustos que separaban ambas fincas, nos llevaba hacia el Norte a la puerta del gallinero.
Ambos gallineros, estaban delimitados, por una valla de tela metálica fijada a través de varias columnas de cemento de una altura elevada, con el objetivo de impedir que las aves saltaran a la huerta o la calle. Este terreno no estaba ni encementado ni aplanado, sino que era una zona de tierra como el resto de la finca. Esto posibilitaba que las gallinas picotearan el suelo buscando gusanas u otros insectos que les servían de alimento. Cada cierto tiempo, las gallinas tienen necesidad de quitarse todos los insectos y ácaros que existen en sus plumas, de ahí que las gallinas se revolcasen en la tierra. Esto explica, que el suelo de los gallineros tuviera tantos baches. En todos los gallineros había un gallo, que cumplía la función de que las gallinas se quedaran “cluecas” e iniciaran el proceso de incubar los huevos durante 21 días, y esto diera la aparición de los polluelos, que sustituían a las gallinas que no eran ponedoras o habían pasado a convertirse en alimento de la familia. Las gallinas, todos los días, surtían a la familia de huevos que formaban parte de la dieta del día, como los frecuentes huevos con patatas, o las tortillas de patatas y que decir de los deliciosos flanes o bizcochos.
Esto obligaba a tener ponederos, lugar donde las gallinas ponían los huevos. Había dos o tres, lo que posibilitaba que las gallinas se alternaran en la puesta. Estos ponederos, eran construidos por los vecinos con un cajón, en el que se añadía hierba seca que era más cómoda para las gallinas y evitaba que los huevos se rompiesen al estar rodando por el ponedero.
En el gallinero, también había una caseta, en la que, al atardecer, las gallinas iban introduciéndose y posteriormente las cerrábamos con llave. No se trataba de evitar que las robaran, sino que entraran alimañas causaran estragos en las gallinas. Esta caseta tenía, como ya hemos dicho una puerta y una zona abierta y protegida por una malla de metal que permitía que se aireara. Era una zona muy poco agradable, pues había muchas gallinas allí encerradas durante la noche, los excrementos se consolidaban, el mal olor se acentuaba y proliferaban todo tipo de parásitos que había que eliminar. Así que cada cierto tiempo había que proceder a sacar los excrementos, que íbamos almacenando en la “pila del abono”, que con el tiempo utilizaríamos en el abonado de la tierra. Una vez al año, había que llevar a cabo una limpieza en profundidad de la caseta. Se procedía a pintar por fuera y por dentro las paredes con cal; las zonas de madera se pintaban de color verde; se procedía a limpiar las zonas donde se subían las gallinas, a quitar el abono del suelo y posteriormente a limpiarlo echando calderos de agua. Para culminar con la limpieza, cuando todo estaba seco, se espolvoreaban polvos de zotal, desinfectante que provocaba la desaparición de todos los insectos que afectaban a las gallinas.
No podemos olvidar que los ratones y las ratas eran unos depredadores habituales en los gallineros, cuyo objetivo eran los huevos y los pollitos recién nacidos. Por tanto, era habitual la existencia en el gallinero, en lugares no accesibles para las gallinas, de cepos para ratones o ratas.
Las aves más habituales en los gallineros de los vecinos, eran las gallinas. De distintas variedades. Una de las variedades más atractivas eran las que llamábamos las “quicas”, gallinas muy pequeñas, de plumas de muchos colores y con huevos muy pequeños. También había patos, e incluso en ocasiones podíamos ver en el gallinero de algún vecino, uno o dos pavos, que se criaban de cara a los días de Navidad.
Otras de las aves que había en los gallineros eran los faisanes. La verdad es que era una especie singular, pues muy pocos vecinos los tenían, de hecho, cuando llegaron por primera vez al barrio, llamarón la atención. Creo recordar quien primero introdujo esta ave en el barrio fue Sindo, el esposo de Solita. Pero tuvo que poner una cubierta de sobre el gallinero, pues no podemos olvidar que los faisanes son aves voladoras, con lo que era muy fácil que se escapasen del gallinero.
Otro de los vecinos del barrio que tenía faisanes, aunque con un número menor, fue José María, el hijo de Celedonio, persona que disfrutaba en la huerta y en el gallinero.
Uno de los momentos que más inquietud nos producía, pero que con el tiempo desapareció, era el momento de sacrificar las gallinas para la comida. No olvidemos que, en aquellos momentos, la comida de una gallina, solo se llevaba a cabo en días señalados, y con el paso del tiempo, a medida que mejoraban las condiciones de vida de los vecinos, se fue convirtiendo en comida típica de los domingos y días de fiesta. Pero como decimos, el sacrificio de las gallinas era duro. Me acuerdo de aquellos momentos, en que mi madre ponía la gallina entre sus brazos, le doblaba la cabeza sobre el cuello, le quitaba las plumas de la cabeza y, acto seguido, daba un corte en la cabeza. La sangre salía a borbotones y se recogía en una taza, para posteriormente ser cocinada. Mientras tanto la gallina, se movía entre los brazos de mi madre hasta que moría. Después la gallina se introducía en un balde o caldero de latón lleno de agua caliente, para con mayor facilidad desplumar la gallina. Y como último paso se procedía al despiece de la gallina.
De la gallina, prácticamente se aprovechaba todo salvo la cabeza, las tripas y las uñas de las patas. Creo recordar, que en casa nunca se comía la cresta de las gallinas, por eso me llevé una sorpresa, cuando estudiando en Salamanca una compañera de Zamora, me invitó a comer a su casa y me encontré en la mesa un plato de crestas con salsa de tomate. Primero sorpresa, luego comí un plato y repetí. Estaban buenísimas.



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