En un principio la huerta estaba delimitada por estacas de cemento con alambres de espino. En la zona norte de la finca, nos encontrábamos con la portilla de acceso a la huerta en dirección a las escaleras, a través de un pequeño camino de tierra que con el tiempo se cubrió de cemento. A mano izquierda del camino, se sitúa el espacio más grande de la huerta, que delimitaba, al Este con la finca de Francisco y al Sur con la de Ricardo. A mano derecha, había dos zonas de cultivo diferenciadas. Por lado, nos encontrábamos con un pequeño pasillo, que partiendo del principal, nos llevaba a la entrada del gallinero, en su zona Norte quedaba un pequeño huerto y al Sur un huerto más amplio que delimitaba al Oeste con la finca de Miguel y al Sur la pared de las casas.
Centrémonos en las zonas de cultivo. Había tres espacios de distinto tamaño. El de mayor extensión, tenía mayor exposición al sol por la mañana y los otros dos eran más sombríos. Esto le sucedía al terreno Miguel, aunque la parte situada al Oeste era la de mayor tamaño y la mayor exposición al sol era por la tarde. Las fincas de Ricardo y Campejo tenían una exposición al sol durante todo el día.
Para las familias que vivieron en el barrio de Los Millonarios, en aquellos momentos una de las cosas más atractiva era la existencia de una huerta. Independientemente, de la extensión de la misma, la huerta era una fuente de ingresos para la familia, pues suponía que la familia pudiese tener acceso a muchos productos de primera necesidad. El dinero del salario del padre en la fábrica se utilizaba para compra del pescado, del aceite, del vino y otros productos que no se podían obtener mediante la siembra de la huerta. No olvidemos que había que pagar el agua, la luz, el carbón y hacer frente a la cuota mensual para conseguir la propiedad de la vivienda. Pero eso es otro asunto del que ya hablaremos. Centrémonos en la siembra.
Todos los años había que proceder a limpiar la tierra, para posteriormente cavar la misma. Y aquí nos encontramos con las herramientas que había en todas las casas: las azadas, la pala o el palote, el rastrillo y el azadillo. Es posible que existieran otras piezas más, como por ejemplo, el “bieldo”, pero estas eran las habituales, con las que lográbamos que la tierra diera sus frutos.
El trabajo de la tierra, era básicamente obra de las mujeres, los hombres trabajaban en la fábrica por turnos y había que descansar. También era cierto, que los hombres en aquella época salían a tomar sus vinos, a jugar a las cartas o disfrutar con una partida de bolos. No quiere decir que los hombres no trabajaran la huerta, pero el mayor peso era asumido por las mujeres. Y no podemos olvidar a los niños. La huerta jugaba un papel fundamental en la distracción de sus ratos libres: cavábamos o hacíamos que cavábamos, enterrábamos las semillas mientras la madre iba haciendo los agujeros, recogíamos los frutos o las gusanas para las gallinas y por supuesto poníamos los “cepos” que nos servían para coger algún pájaro, gorriones fundamentalmente y esporádicamente algún tordo. Es curioso que en aquella época casi todos los domicilios tuvieran “cepos”, que les permitían, introducir una dieta de carne sin tener que dedicarle mucho esfuerzo.
La zona de huerta más extensa, situada a la zona este del pasillo de acceso a la casa, era la que todos los años se cultivaban con productos que se podían conservar durante mayor tiempo después de su recolección. Hablamos del cultivo de la patata, que se realizaba en el mes de marzo, y se recolectaba en los meses de junio o julio. Era también frecuente, al menos en mi casa, sembrar maíz, que solía hacerse en los meses de abril o mayo, realizando la cosecha unos cuatro meses después.
La siembra de las patatas, se llevaba a cabo por prácticamente todos los vecinos. Implicaba cavar la tierra previamente y después realizar los “torcos” donde se introducían las patatas. Posteriormente, después de echar abono, se tapaban con tierra. Me cuenta algunos de los vecinos que, en las primeras épocas algunos, no tenían recursos para plantar la patata entera, sino que dividían la patata según brotes que se habían producido, lo que posibilitaba que una patata podía convertirse en 4 o 5 semillas que se podían cultivar, con los que lógicamente se aumentaba la capacidad productiva. Después, estaba el periodo de crecimiento de la planta, el posterior florecimiento y la llegada del agresor de las patatas, el escarabajo patatero, que se comía las hojas y podían acabar con la cosecha. Había que estar atento, para prevenir la llegada de los escarabajos. Una vez exterminados, la planta seguía su proceso de desarrollo y cuando las plantas de secaban, se iniciaba la recolección teniendo, cuidado de no estropear las patatas cortándola con la azada. Luego se las dejaba secar en la huerta con lo que era más fácil retirar la tierra y después almacenarla en el sitio apropiado para su conservación en el tiempo. Las patatas que primero se utilizaban eran las que habían sido dañadas con la azada al extraerlas.
No podemos olvidar, que las patatas era uno de los alimentos más frecuente en nuestras casas en aquellos momentos. La tortilla de patatas era una de los alimentos básicos. Las patatas guisadas, las ensaladillas, etc.
El maíz también era un cultivo frecuente en nuestro barrio, evidentemente no para comer, sino para alimentar nuestras gallinas y demás aves que teníamos en el gallinero. Por otro lado, el maíz también servía de soporte para las alubias que se cultivaban a su lado. A lo largo del tallo del maíz, se enroscaban las alubias y seguían su proceso de crecimiento. Cuando todo llegaba al final de su maduración, se recolectaba el maíz y las alubias. Posteriormente, íbamos desgranando las “panojas”, dependiendo de si almacenábamos el grano o las panojas enteras. En todo caso, de la panoja no solo obteníamos el alimento para los animales, sino que además las hojas de las panojas las utilizábamos, como ya hemos dicho, en los colchones de nuestras habitaciones. Por otro lado, desgranada la panoja de maíz, nos quedábamos con el garojo que tenía dos utilidades, por un lado nos servía para jugar, pues con ellos formábamos torres de forma cuadrada con los que pasábamos el rato, y también se utilizaba en la cocina para la lumbre.
En los otros dos trozos de huerta, había una mayor variedad de cultivos que se plantaban a lo largo del año. Allí nos encontrábamos, con el cultivo de los guisantes, era un placer coger una vaina de guisante y llevarse los granos a la boca, las lechugas eran habituales en todas las huertas. Creo recordar que Carmina, la de Campejo siempre tenía una buena plantación de lechugas que ponía a la venta de los vecinos, al precio de 5 pesetas. Ajos, cebollas, zanahorias y tomates tenían presencia en nuestras huertas. En ocasiones, recuerdo que a la hora de merendar, mi madre cogía un tomate de la huerta, lo lavaba, lo partía en cuatro “cachos” y le echaba un poquito de sal. Era una merienda agradable, fresca y cogida del huerto que habíamos plantado. Tampoco nos podemos olvidar de las berzas y el repollo, presente en las comidas del invierno, aquellos cocidos de berzas con sus alubias, patatas y con frecuencia con la morcilla. O los cocidos de garbanzos, con patatas, repollo y con su trozo de tocino.
También se cultivaban cebollas, ajos. Ambos productos, una vez recogidos, se entrelazaban dejándolos colgados para que se secaran y se pudieran utilizar a lo largo del año. Es curioso, pero me acuerdo ver a uno de los transportistas que traía productos a la tienda de María, la de Cobo, llevar a cabo su desayuno mañanero que consistía en un bocadillo con varios dientes de ajo, naturales y pelados. Ante mi sorpresa me comentó que era muy rico. A pesar de esto, nunca he atrevido a comer en bocadillo con dientes de ajo.
También se cultivaban judías verdes, o las alubias. Las primeras las recogíamos a medida que iban creciendo, sin dejarlas madurar; era un producto típico del verano. Las alubias había que dejarlas hasta que la vaina se secara, lo que era síntoma de que la alubia estaba en su punto. En ese momento se recolectaban y posteriormente se desgranaban y almacenaban. Este era un alimento muy frecuente en la comida del medio día, a lo largo del invierno, unas veces acompañadas de patatas, de chorizo, de tocino o solas.
Hay que indicar, que el cultivo de guisantes, judías y alubias llevaba aparejado el desplazamiento a los montes de los alrededores para cortar las varas de avellano para plantar las judías y las alubias. Estas varas de avellano servían de guía para que el cultivo no se desplazara por el suelo. Los guisantes, también necesitaban un soporte de crecimiento, pero no eran varas sino ramas. Era habitual que los vecinos volvieran con sus “coloños” de varas. Esto no se hacia todos los años, pues las varas se guardaban y duraban varios años. En todo caso, esta corta de varas traía consigo la limpieza de los montes. Todos participaban, ahora, como ya no es habitual el cultivo, tampoco se participa en la limpieza de montes de los alrededores.
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