El Tiempo en Corrales de Buelna,Los

11 diciembre 2014

LA FABADA

Un día llegó el amor, encontré a un maravilloso caballero y nos enamoramos. Cuando se hizo evidente que nos casaríamos, hice el sacrificio supremo y dejé de comer fabes, mi plato favorito. Algunos meses más tarde, el día de mi cumpleaños, mi coche se estropeó de camino del trabajo a casa. Como vivía a las afueras llamé a mi marido y le dije que llegaría tarde porque tenía que ir andando a casa. De camino, pasé por un pequeño restaurante y el profundo olor a fabada fue mas fuerte que yo. Con varios kilómetros por delante para caminar, calculé que se me iría cualquier efecto negativo de les fabes antes de llegar a casa, por lo que entré y antes de que me diera cuenta, ya había tragado tres buenos platos de fabada. De camino a casa me aseguré de liberarme de TODO el gas.
Cuando llegué, mi marido pareció excitado al verme y gritó con gran alegría:
"¡Querida, te tengo una sorpresa para la cena esta noche!" Él entonces me vendó los ojos y me condujo a mi silla en la mesa. Tomé asiento y cuando estaba a punto de quitarme la venda de los ojos, el teléfono sonó. Me hizo prometer no tocar la venda hasta que él volviera y se fue a contestar la llamada.
La fabada que había consumido todavía me afectaba y la presión en la barriga se hacía más y más insoportable, tanto que, mientras mi marido estaba fuera, aproveché la oportunidad, me apoyé en una pierna y dejé caer uno. No era ruidoso, pero olía como un camión de fertilizante delante de una fábrica de pulpa de papel. Tomé la servilleta de mi regazo y abaniqué el aire alrededor de mí enérgicamente.
Entonces, cambiando a la otra pierna, dejé escapar otros tres. ¡¡La peste era peor que la col cocinada!!
Manteniendo mis oídos atentos a la conversación de mi marido en la otra habitación, continué tirando unos cuantos durante otros pocos minutos.
El descanso que sentí era indescriptible. Cuando después la despedida telefónica señaló el final de mi libertad, rápidamente abaniqué el aire unas cuantas veces más con mi servilleta, la coloqué sobre mi regazo y doblé mis manos atrás, sintiéndome muy aliviada y complacida conmigo misma.
Mi cara debe haber sido la imagen de la inocencia cuando mi marido volvió, pidiendo perdón por haber tardado tanto tiempo y me preguntó si yo había echado una ojeada por debajo del vendaje de los ojos; le aseguré que no era verdad.
En este punto, él me quitó la venda de los ojos, y los doce invitados a la cena, sentados alrededor de la mesa, tronchados de risa, cantaron a coro:
¡ Cumpleaños Feliz....!
¡¡¡¡¡¡¡Y... me desmayé !!!!!!!

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