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29 mayo 2022

EL BARRIO SAN JUAN BAUTISTA O EL “BARRIO DE LOS MILLONARIOS”

En ocasiones, cuando nos encontramos algunos de los vecinos, con los que estuvimos viviendo en el barrio de San Juan Bautista durante nuestra infancia y juventud, comentamos, cómo ha cambiado “nuestro barrio”. Puede parecer pretencioso hablar de “nuestro barrio”, pero lo cierto es que nosotros lo sentimos así. De hecho, muy poco se conserva de todo lo que nosotros conocimos. Nos acordamos de aquellas huertas que nos nutrían de alimentos básicos, al igual que los gallineros con sus gallinas y conejos. Ahora, nos encontramos garajes para los coches y jardines para pasar las tardes de sol; han desaparecido las escaleras de madera por las que subíamos al balcón que daba acceso a la casa. Ahora hay escaleras y balcones de cemento y, en ocasiones, galerías cerradas con materiales de aluminio o PVC. Por otro lado, la separación de las fincas estaba delimitada por alambres con pinchos que se sujetaban a las estacas de cemento, y si era posible, no siempre se conseguía, evitar que los chiquillos entráramos a coger las manzanas o las calabazas, unas para comer, otras para jugar. Ahora solo existen muros de bloques de cemento. En fin, todo ha cambiado, ya no se puede correr, ya no se puede jugar a la peonza, ni al escondite, ni incluso jugar al futbol, y todo ello en la calle. Ahora solo nos encontramos coches, que entran y salen en todas las direcciones.
Este era el barrio que todos nosotros y los vecinos del municipio conocíamos como Barrio de Los Millonarios, aunque oficialmente su nombre es Barrio San Juan Bautista. Vaya nombre, nunca me sentí rodeado de “millonarios”. Nuestros padres eran obreros en la “fábrica”, ya sabemos de “Quijano”; nuestras madres, trabajaban en la casa, en el huerto, iban al monte, no de romería sino a coger castañas y leña para la “lumbre”; y nosotros, los críos, ¿”millonarios”? no, éramos felices, jugando a las canicas, aunque fueran las de barro, jugábamos a los bolos, construidos con botes de lata y bolas de piedra, en aquella bolera situada en la cambera al lado del monte, -es curioso, cuando Juan José Crespo fue invitado a colaborar en el programa del XXXVII Campeonato de España de Primera Categoría de Peñas por Parejas escribía lo siguiente: ”de haber jugado con morillos prestos a derribar botes de tomate”. Es evidente que Juan José fue vecino de nuestro barrio y participó de nuestros juegos, jugando a la comba o al escondite. Y en esto participábamos chicos y chicas. Las travesuras eran habituales, independientemente del sexo al que se pertenecía.
Pero nuestros recuerdos, se quedarán en el olvido, cada vez son menos los que quedan de aquellas personas que accedieron por primera vez al barrio de San Juan Bautista en el mes de noviembre de 1952. De los primeros habitantes del barrio muy pocos quedan, como Nando, Mercedes o Julia. Los años no pasan en balde. Los niños que jugaban por el barrio, poco a poco se fueron marchando. Los motivos fueron diferentes, unos por estudios, otros por trabajo y con el tiempo formaron nuevas familias, que fueron a vivir a otras zonas del pueblo o se desplazaron a otras localidades o provincias. Muchos emigraron al extranjero, fundamentalmente Europa, pero también hubo quienes se marcharon a trabajar al continente americano. Algunos, años después regresaron al barrio o al pueblo, como es el caso de Toñín, el hijo de Francisco “El Pescador”, Rafa o Conchi; otros en cambio prefirieron seguir residiendo en su nuevo país de adopción, tal como sucedió con Ginio, el hijo del “Maqui” o la hermana de Rafa, que sigue viviendo en Alemania.
Las viviendas del barrio han ido pasando a ser propiedad de otras personas, en ocasiones familiares, hijos o nietos, de los antiguos propietarios. Estos nuevos propietarios irán acumulando nuevos recuerdos, pero no serán los mismos que los que nosotros tenemos. Por ello vamos a tratar de recordar cómo era nuestro barrio, cómo se construyó, nuestra forma de vida, en definitiva, dejar constancia de la “pequeña historia” del barrio de San Juan Bautista o como habitualmente le denominábamos todos, el Barrio de Los Millonarios.
Es cierto, que muchas de las cosas de las que vamos a dejar constancia, son fruto de los recuerdos aportados por personas que han vivido en el barrio o recuerdos de lo que sus padres les contaron. Pero también, hemos tenido otras fuentes, como las informaciones periodísticas en las que se hacen referencias a nuestro barrio. En este punto, el Ayuntamiento guarda las recopilaciones que llevó a cabo Don Lucio “Capeli”. Estas nos permitirán acceder a las noticias que sobre el barrio van a ir apareciendo a lo largo de los años. Allí, nos encontraremos con referencias al río Muriago que atraviesa el barrio; también con la influencia que tuvo para el barrio, la construcción de la Autovía A-67, que supuso la desaparición de varias viviendas. Al lado de esas casas, pasaba la cambera de Gallegos, y ahora, cambera y casas se han convertido en zona de paseo de vecinos con sus perros y también jóvenes que aprovechan para charlar, para echarse un cigarrillo y por qué no, practicar el “botellón”. Nosotros lo hacíamos en la cambera. De hecho, fue allí donde, además de jugar, procedíamos a echar nuestras primeras bocanadas de humo, de tabaco como los Celtas, los cigarrillos caldo “Ideales”, tabaco barato, destrozador de pulmones, pero muy apreciados por nosotros en esos momento de iniciación.
Hay otras muchas más fuentes a lo que ha sucedido en nuestro barrio, como los programas de las Fiestas de San Juan, la Revista Comunidad en Marcha y otras más que se editaron en el Municipio. Pero para conocer datos sobre la construcción del barrio, el número de viviendas, el lugar donde se ubican, los distintos tipos de viviendas, es necesario adentrarnos en las Actas municipales y por suerte, a la conservación que mi padre hizo de las cuestiones relacionadas con la casa, como planos, cartas enviadas a los propietarios y escritos de su vida.
A partir aquí vamos a tratar de acercarnos a la “historia de nuestro barrio de Los Millonarios”
Seguiremos adentrándonos en nuestro barrio, poco a poco, según vayan llegándonos información y recuerdos de nuestra infancia y juventud.
José Francisco López Mora

2 comentarios:

Adolfo Palacios dijo...

Creí que sólo había habido un bar en el barrio Millonarios, o más exactamente una tienda, la de Cobo. Hoy día nadie reconocería que allí la hubo, viendo esa casa. Y de esa tienda me he vuelto a acordar muchas veces cuando, en mi trabajo, al ir a hacer fotocopias, he visto la guillotina o cizalla de cortar papel, que siempre me ha recordado a la cuchilla de cortar bacalao que había en la tienduca de Vitoriano Cobo. Y con eso me ha venido evocado, también, el olor a bacalao y a sal. Eran comunes, por aquel entonces, las cuchillas de cortar bacalao en las tiendas, como lo eran los racimos de plátanos, cuyo troncho usábamos luego los críos para "echar guerras".
Al lado de la tienda de Cobo vivía la familia de Juan José Crespo. Un saludo para él desde aquí, del hijo de Palacios.
Yo no sabía que Francisco López Mora hubiera tenido amistad con mi padre, Jesús Palacios. Agradezco a López Mora estas crónicas, que me hacen saborear, al menos una pizca, lo que siempre he sentido que me perdí en mi infancia, como eran aquellas "pipas de castaña", aquellas huidas del "Pasiego", cosas con las que, no sé por qué, siempre he creído que me tocaba estar vinculado a pesar de que mi generación es un poco más joven; y es que, entre el olvido que padezco de mis diez años primeros, y mi identificación con la España de diez años antes de nacer, tengo ahí como un "gap" de veinte años que estos reportajes me subsanan, gracias al trabajo de López Mora, y el blog de José Salas.
Lo que sí sabía yo, desde niño, porque me lo había dicho mi madre, era que en el prado donde pastaban las ovejas, enfrente de mi casa, por lo visto había habido un polvorín "cuando la guerra". Mira ahora de qué venía la cosa.
El callejón que permitía el paso entre las fincas de Mansilla y Bustamante, para mí siempre ha ido asociado a un sentimiento romántico. Sé que se inundaba a veces cuando llovía mucho, debido a la cuneta que allí había, pero ese callejón yo siempre lo transité con agrado, ahora con nostalgia. Qué cosas, cómo diferentes personas tienen diferentes vivencias de lo mismo; ocurre así también con todo tipo de ambientes, grupos y asociaciones, como son los salones parroquiales, los batzokis, las casas de colonias, las explotaciones gestionadas por anarquistas... Y es curioso constatar hasta qué punto, los que allí ven cuernos y rabos sulfurosos, no suelen estar dispuestos a advertir que otros ven túnicas sedosas y alas angélicas. Y viceversa.
La descripción de los diferentes tipos de casas de "millonarios" me viene bien, porque, teniendo yo ya como cuarenta años, empecé a caer en la cuenta de que distaban de ser todas iguales, y a veces me había adentrado un poco en el intento de comprender los diseños. En poquísimas ocasiones tuve la oportunidad de ver alguna de aquellas casas por dentro, cosa que sin embargo después he echado en falta, como cuando muere un padre o abuelo y luego dices "Cachis, podía haberle preguntado aquello". Un recuerdo, también, desde aquí, para la familia Sañudo, con cuya hija Esperanza (de nombre igual que su madre) he compartido profesión, y ahora jubilación.
Y en cuanto al alcalde que había en Corrales cuando el proyecto del barrio, Anívarro Maló, esos apellidos me llevan inmediatamente a los que se hallan inscritos en la lista de "caídos" que figura en la parroquia del pueblo, lista de la que siempre he recordado, única y precisamente, ese apellido (no sé si con eñe, en vez de con ene), por ser de los más llamativos. Imagino que tendrían algo que ver. Así es la vida: te matas a vivir toda la vida, y a defender a tus parientes de siempre y para siempre, para que luego venga un panoli y diga: "Imagino que tendrían algo que ver".

Adolfo Palacios dijo...

Un elemento digno de comentar en la historia del barrio "de los millonarios", es la entrada al barrio. No recuerdo que éste tuviera otra entrada más directa, o más importante, que la que venía de la carretera general, entre el chalet de Felipe Peñil y la finca de "Martinón", bordeando la casa de Benjamín Salas y familia -casa que por aquel entonces tenía altos arbustos en todo su perímetro-. Es decir, estoy hablando de la entrada que quedaba por enfrente de mi casa, la de Jesús Palacios (calle Reyes Católicos). ¿Por qué hay que hablar de esa carretera? Por lo muchísimo que ha cambiado en las últimas décadas, y lo increíble de que, por un camino tan embarrado, tan estrecho e inmundo (pues tal cosa era ni más ni menos), se pudiera entrar a construir un barrio tan grande, y luego entrar y salir cada día, tantas personas y vehículos: ¿cómo fue posible todo ese tráfico, en aquellas condiciones? Y ¿por qué no se urbanizó antes, a la vez que se construía el barrio? Si todos recordamos la frase de Alfonso Guerra de que, con el PSOE en el gobierno, a España en diez años no la iba a conocer "ni la madre que la parió", creo que esa es la expresión adecuada para describir la transformación de la entrada al barrio desde que yo, con cinco años, fui allí a vivir.
Es cierto que el prado que estaba enfrente de mi casa, el de la "munición de cuando la guerra" (después garaje Nisio), tenía unas paredes de piedra de cierta antigüedad, y que éstas se mantuvieron estables hasta la construcción del taller; pero la otra margen de la calzada cambió mucho. Aunque la casa de Palacios se hiciera en poco tiempo, con su cercado de bloques, quedaba un espacio entre éste y la superficie de rodadura propiamente dicha, espacio que estaba ocupado por montones de tierra, de hierba, barro, y escombro de todo tipo; y el camino por donde se circulaba, cubierto de un chapapote precario y maltrecho, no tenía más de tres metros de ancho, y se llenaba de charcos y de fango cuando llovía, que entonces era frecuentemente. Todo eso fue cambiando poco a poco; un hito decisivo fue la retirada del casetón de las llaves de conducción de agua que estaba en el cruce con la carretera general, como en este blog se ha mencionado. En sucesivas urbanizaciones, la calle ha ido tomando forma, hasta la incorporación de árboles en la acera. Pues hay que decir también que, en Corrales, como en otros pueblos, las aceras son un lujo que sólo recientemente nos hemos podido permitir, y no aun en todas las calles, y ni siquiera con la suficiente regularidad allí donde las encontramos. Pero podemos darnos también a una evocación romántica, un recuerdo de aquellas "aceras" ("cera", decía la gente mayor) que consistían en una delimitación somera de la zona reservada a peatones, a base de cantos rodados incrustados en la calzada, con piso de tierra, piedras que sin duda aún hoy se podrían encontrar en algunos lugares del pueblo ocultos bajo el asfalto, como podría a la entrada de ese grupo de casas viejas por enfrente de la joyería El Leonés. Se podría tomar ello como una anticipación de lo que modernamente hemos visto en otras ciudades, donde la acera no se ha construido de obra ni su altura excede la de la calzada, sino que ha consistido en un simple trazado, con línea y muñequito, sobre el asfaltado.