Algo de apego al terruño no está mal, pero los márgenes de la autonomía se nos han esclerosado en la mente, hasta el punto de hacérsenos raro el concebir denominaciones, entidades, homenajes, ámbitos de actuación, que hace unas pocas décadas habrían sido lógicos y naturales. Lo siento por los niños, que se crían en esta poquedad, esta mezquindad a veces, son haber conocido otra cosa. Y el fenómeno se acentúa o estimula, claro, por reciprocidad, por oposición, que decía Saussure, al ponerse las otras regiones en la misma tesitura. Tal vez por influencia de los políticos, o de ciertos políticos, que les ha convenido convencernos de que primero somos cántabros (primero ¿por qué?), lo que antes era ir juntos en un mismo barco, o ser una continuidad, ha mutado en considerar medio forastero a todo lo que, allende Picos, o el Escudo, sobrepase el ámbito de lo cántabro, ya ves, qué cosa. Porque Cantabria debería escribirse entre comillas, ya que es un concepto pertinente relativamente; lo sabíais ¿no?
Adolfo Palacios González, en Cartas al Director, del Diario Montañés.
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