El movimiento de liberación de la mujer, o el pensamiento progresista, tiene un dilema con el atuendo. Si una mujer va vestida de manera que la opinión general pueda considerar como demasiado excitante para la situación, o demasiado cercana a las prostitutas para la opinión de algunos (y de algunas), el tema puede considerarse entonces de dos formas: que "viste como quiere, y nadie tiene por qué objetarle nada, ni faltarle al respeto amparándose en que supuestamente va provocando", o bien, puede argüirse que "flaco favor le hace a la causa de la liberación si ella misma se pone de mujer objeto, una vez más en vez de dirigir la atención hacia valores menos frívolos y más de lucha política; y dejando paso a otras chicas que en lo físico no lo tengan tan fácil". Los hombres no sufrimos, por nuestra parte, esos dilemas: no existe una tradición de inducción al rijo, una manera declaradamente sexy de vestirse un hombre; le basta con ser guapo y un poco de gomina, puede ir enseñando sólo los antebrazos. A todos nos gusta, por otra parte, ser deseados, forma parte del sentido de la vida cotidiano de mucha gente. Y la tendencia al placer es más fuerte que las ganas de complicarse la vida. Por ello, será a golpe de conveniencias y sentimientos, y no de lógica ni de justicia, como avanzará la liberación de la mujer, si es que avanza.
Adolfo Palacios González, para Cartas al Director, de El Diario Montañés.
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