El nacionalismo tendría algo de sentido (tampoco mucho) si gozase de homogeneidad ideológica. Tendríamos a una serie de gente alzándose contra una nación absorbente que le imposibilitaría día a día realizar su ideal; lo haría diciendo como propio un territorio que en realidad no es sólo de ellos. Ese territorio sería el laboratorio de la suma experiencia (para luego expandirse, supongo). Pero ni siquiera hay esa homogeneidad, pues como se sabe los nacionalistas querrían plasmar países distintos según sus diversas adscripciones políticas. Es curioso entonces cómo la pasión del nacionalismo penetra tantos corazones, que lo hace más que nada por el mero hecho de haber nacido en un mismo lugar, y haberse contagiado. Ello a pesar de que otras ideas con más fundamento (cito de variada índole, sin apreciar a todas: la cristiandad, la banca ética, el parto natural, la vuelta a lo rural, el antimilitarismo, el derecho del no nacido, la desescolarización, el esperanto, la ouija) no calan tanto entre la gente. Curioso, y es un fenómeno para mejor explorar la mente humana. Porque, como dijo un día Arzalluz (antes de que cambiasen las tornas, todo sea dicho), "para qué queremos la independencia, ¿para plantar lechugas?". Por cierto que no he vuelto a oír mencionar aquella frase.
Adolfo Palacios González, para Cartas al Director, de El Diario Montañés.
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