Normalmente no vamos por ahí pensándonos a nosotros mismos como hombres o como mujeres, sino como personas; sólo en ocasiones cobra aliciente y sentido concebirse por oposición a otro género. Pero héteme aquí que, para alguna gente, o para ciertos artículos del BOE, resulta que yo soy, siempre y ante todo, un hombre. O sea, soy no-mujer. Ha sido todo un shock para mi inocencia, para el descuido con que yo andaba por ahí. Además, es que arroja ciertas sombras sobre mí: por ejemplo, una destacada filósofa catalana me dijo un día que, si las mujeres son más bajas, es porque históricamente han comido menos... (Lo habrán sabido tras rigurosas investigaciones). Bien; pues, visto que hoy día puede uno autodeterminarse por lo que se siente, y que además el rango de géneros no está cerrado, a partir de ahora yo me autodetermino: persona. Que, por cierto, parece ser lo que mejor cuadra con la clásica condición, o mandato, de igualdad de todos ante la ley.
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