El Tiempo en Corrales de Buelna,Los

16 enero 2020

LA AVENIDA JOSÉ MARÍA QUIJANO IV

Una vez pasada la antigua tienda de Vicente, nos encontramos, dos bloques de pisos separados entre sí, por un espacio dedicado a aparcamiento privado. Son dos bloques que suponen una ruptura arquitectónica con lo que hay en la zona. Pero no siempre fue así, pues antes de la construcción de estos dos bloques, allí existieron dos comercios de gran prestigio. Veamos cuales fueron.
Estos dos comercios desaparecieron como consecuencia de la construcción de dos bloques, que van a permitir el asentamiento de un mayor número de persona en la zona y por otro lado más actividad comercial.
Hemos pasado los dos bloques y pegado a donde estuvo la zapatería de Pilar, nos encontramos con una serie de comercios de las mismas características en construcción y distribución.
El primero que nos encontramos era propiedad de Marcelino Ruiz Macho, hijo del médico de Cieza Marcelino Ruiz, y al mismo tiempo primo de Inés Macho Trujillo, madre de Fran y Ofelia. Este local se destinó a bar bajo la dirección de dos personas diferentes. Veamos quienes son estos.
Pasando la Joyería González, y antes de llegar a la entrada de la fábrica, nos encontramos las siguientes edificaciones:
Bueno hemos cumplido nuestro objetivo, hemos recordado otro pedazo de “la historia” de nuestra Avenida, y cada vez son más vecinos los que participan en la elaboración del estudio. Nos queda el anteúltimo capitulo. Hasta la próxima.
José Francisco López Mora

2 comentarios:

Adolfo Palacios dijo...

Buen trabajo, de nuevo, el de Francisco López Mora, con el que uno puede disfrutar de las entrañas de su pueblo; pueblo que a uno le parece más interesante que otros, ni más ni menos que por ser el de uno, pues ya decía el zorro del Principito, algo así como: 'Adóptame, y si me adoptas, yo será para ti un zorro único en el mundo, y tú serás para mí una persona especial, en tanto que antes yo era para ti un zorro entre otros zorros y tú eras para mí como una persona cualquiera que pasaba por ahí'. Pues en verdad que somos hijos de lo indiferenciado (quizá el ápeiron de Anaximandro) y a lo indiferenciado vamos, por no decir a la nada, pero esto al humano no le entra en la cabeza. Y Cervantes, en el inicio del Quijote, dice que perdone el lector si a él le parece que el suyo es un buen libro, pues pasa como con los hijos, que ya pueden tener muchos defectos pero, por ser hijos de uno, a uno se le antoja que son de lo mejor. O eso dicen que sucede. Así que pasa que, con ser uno hijo de su pueblo, viene a ser que también el propio pueblo viene a ser como hijo de uno, digo yo.
Claro que sería bueno un archivo fotográfico municipal; y Olna hizo algo así, por ahí andarán las fotos que recopiló, aunque tengo que decir que -'¡raza maldita!'- cuando Luis, de los fundadores, me llevó al local a enseñármelas, me comentó que algunas habían desaparecido, 'misteriosamente'.
Bueno, pues vengo con tres dilemas éticos, para variar mi estilo. Y es que a ese piso donde tenía la consulta Sebio el practicante, me llevó mi padre un día, y Sebio nos enseñó algunas cosas curiosas que tenía, entre ellas una cabeza reducida de jíbaro (o sea, de enemigo de jíbaro), auténtica y no de plástico, que yo ahora me pregunto cómo en el Corrales de los 70 era posible aquello. Y Sebio nos decía, quizá con cierta teatralidad: 'Pero yo esto no lo puedo mostrar a cualquiera, pues me queman en la plaza del pueblo, con un capirote en la cabeza". Y el dilema está en que, a día de hoy, aún me pregunto si en efecto había algo malo en tener aquello en casa, pues de un museo catalán retiraron, no ha tanto por cierto, un cuerpo de raza negra taxidermizado, que en su momento sin duda fue persona como la víctima del jíbaro. ¿O pelillos a la mar? Claro que allá por el Kremlin exhiben a un muerto con gran orgullo, de algunos, y en Italia al Padre Pío de Pietrelcina, etc.
Y, después de mandar desde aquí recuerdos a Reinaldo, que estudió conmigo y del que ya había oído que es policía, vengo con el segundo dilema, éste político: y es que oí hace tiempo, cuando ciertas grandes huelgas en Corrales, que por esa zona había un bar que no había cerrado durante los días en que se decretó informalmente que todo debía cerrar en solidaridad con los obreros, y a partir de entonces la gente, coherente ella, dejó de ir al tal bar, hasta el punto de que éste debió cerrar por fin, ya ahora por fuerza mayor. No sé de qué bar se trataba, pero a día de hoy me sigo preguntando dónde empieza y dónde acaba la 'separación de poderes' (y de deberes) en caso como ése; pues el pueblo unido jamás será vencido (bueno, no sé si esto se apoya en datos empíricos), aunque nada asegura que el pueblo tenga siempre razón en todo, claro, pero por otro lado está bien que la colectividad sea alguna vez consecuente en algo. Pero, con todo, me alegro de no vivir en Azpeitia o en Hernani, será cosa de mi educación: las revoluciones, mejor a distancia. Querría yo aquí, para mejor aclararme, el testimonio de quienes participaron en la huelga.

Adolfo Palacios dijo...

Y de Augusto San Juan Escandón, contar una anécdota relativa a su proverbial despiste, con permiso de sus hijos, y aquí está el tercer dilema (sí que da de sí la avenida para dilemas), que es si podemos contar cosas que pudieran mover a risa, o a sonrisa, sobre una persona, cuando ella ya no está. (Con las cosas positivas, parece que no hay problema). Pero tengo que decir que la anécdota me la contó mi padre, y sospecho que a veces mi padre se inventaba cosas, para gozar de su ingenio y de mi credulidad, como solemos hacer con los niños, no sé por qué. Bien, pues consiste ello en que una vez estaba en el cine (Augusto San Juan, no mi padre), y ese cine tenía un pasillo central, y para pasar de una zona de butacas a otra, en el pasillo, se arrodilló, y mirando a la pantalla se persignó.
Pero a Don Augusto le bastaban las anécdotas que él contaba de sí mismo, como aquella que relató -recuerdo- en un programa de las fiestas, según la cual él había estudiado para cura, y cuando era seminarista se encontró con una gitana que le leyó el futuro, y le dijo ella algo así como: 'Tú tendrás más de media docena de churumbeles, serás alguien importante, y serás rico'; a lo cual, otro seminarista que iba en ese momento con él, le dijo a la gitana: 'De eso nada, que éste va para cura como yo'. Pero vino el futuro, y resultó que dejó lo de cura, se casó, tuvo más de seis hijos (así creo que fue); y, después de esto, Don Augusto escribía, en el programa de fiestas: 'Y en cuanto a ser rico, pues eso aún no ha sido' (cito de memoria)... Pero ocurrió que, al poco de escribir aquello, sé yo que le tocó la lotería. No sé si dio para rico, la verdad.
Y me alegro de saber que jugaba bien al billar. De Don Ángel Estrada también me dijeron que jugaba bien. Hoy aquel billar está cubierto con un paño, en la estancia donde siempre estuvo, ahora solitaria, parece que se ha perdido el aliño social que propiciaba un juego como aquél. Para mí, un juego bonito, que ya me gustaría saber jugar.
Y de la cooperativa, qué buenos recuerdos, qué bien lo pasaba yo allí, haciendo recados (¿alguien sabe de algún otro niño que hiciera recados todo el día por Corrales, aparte de mí?, porque yo no recuerdo haberme encontrado con ninguno más), primero en las dos plantas de sobre suelo, con sus diversas gentes variopintas y en optimista bullicio, y luego en la subterránea, con aquel olor a patatas y aquella máquina de vino, y la de aceite. No, sería un error decir que quiero a aquella cooperativa porque la 'adopté': cooperativas como aquélla, habría bien pocas en el mundo...