Comentario que aparece en el Diario Montañés, firmado por VALENTÍ PUIG
Uno de cada tres jóvenes españoles no concluye la enseñanza obligatoria, dice un informe de la OCDE que ratifica los datos del Informe Pisa de hace dos años. En la escuela española se da el porcentaje más alto de repetidores. No puede ser casual que -según cifras del propio Ministerio de Educación- las aulas de los centros concertados estén a tope mientras que en escuelas públicas sobran plazas. Es un proceso de deducción muy lógica: los padres que conocen el descrédito de la enseñanza pública y su bajo rendimiento optan por la escuela concertada. Más específicamente, dos de cada tres alumnos matriculados en escuelas concertadas acuden a centros cuyo ideario es católico. A más capacidad de opción, más peticiones de matrícula tienen los centros privados. Puede colegirse que los padres ven en la escuela privada la única vía de salida a la crisis de la enseñanza. Las certidumbres y garantías de la enseñanza chocaron en España con la LOGSE. Esa no es una afirmación subjetiva: los datos del fracaso escolar en España son los peores del conjunto de la Unión Europea.Otras noticias que llegan de las aulas tampoco son de naturaleza risueña: aumenta la violencia en los centros escolares y un reciente informe cifra en casi un 25 por ciento la tasa de acoso escolar. Es un porcentaje que se expresa ya más allá de la primera alarma y que viene a configurar una faceta más negativa y preocupante de la crisis escolar. La erosión del principio de autoridad en los centros y el desprestigio de la noción de esfuerzo convierten las aulas en una suerte de guardería en la que no se imparten conocimiento ni se aprenden comportamientos. La desesperanza es la razón fundamental de un elevado número de bajas por motivos psicológicos entre el profesorado de los institutos más conflictivos. Una enseñanza sin principio de autoridad tampoco es la más idónea para acoger los nuevos alumnos que proceden de la inmigración.En el momento histórico en que más significado tiene el capital humano, mayor es en España el retroceso en la formación del alumnado, en sus capacidades de expresión, lectura, cálculo o memorización. El bajo rendimiento se debe a la mengua de exigencia en las aulas. Sobre la titulación en ESO sin asegurar la debida calificación, dice Francisco López Rupérez en «El legado de la LOGSE» que la percepción del éxito escolar como algo inmerecido genera inseguridad, no refuerza la autoestima en los alumnos y podría estar contribuyendo significativamente al abandono temprano, incluso entre aquellos alumnos que se gradúan en ESO. Por esa razón urge reforzar la evaluación porque no existe otro método de contraste para la gestión de la calidad.Negar o darle la espalda a tales realidades ilustraría una actitud regresiva de la sociedad española. La crisis de la enseñanza no se solventa con más dinero sino con mayor rigor. La vinculación estricta entre calidad educativa y gasto público -como prueba López Rupérez- es un dato más bien incierto. La clave de la crisis es la caída en picado de la idea de excelencia que fue un sobrentendido de los sistemas educativos en el pasado. No de otra manera es practicable la evolución que lleva hasta el estadio de la meritocracia. Negar la eficacia del principio competitivo ha sido un logro de las políticas igualitarias del PSOE, conducente a la mediocre calidad de nuestro sistema educativo y a la crisis general de la enseñanza. En realidad, todo pasa por una reubicación de valores en las aulas para que la respuesta a la exigencia sea el esfuerzo y no el deterioro. Ahí cualquier sociedad que quiera ser civilizada y competitiva tiene su tarea más pendiente. Todo es mucho más acuciante en la perspectiva de la sociedad del conocimiento.
Uno de cada tres jóvenes españoles no concluye la enseñanza obligatoria, dice un informe de la OCDE que ratifica los datos del Informe Pisa de hace dos años. En la escuela española se da el porcentaje más alto de repetidores. No puede ser casual que -según cifras del propio Ministerio de Educación- las aulas de los centros concertados estén a tope mientras que en escuelas públicas sobran plazas. Es un proceso de deducción muy lógica: los padres que conocen el descrédito de la enseñanza pública y su bajo rendimiento optan por la escuela concertada. Más específicamente, dos de cada tres alumnos matriculados en escuelas concertadas acuden a centros cuyo ideario es católico. A más capacidad de opción, más peticiones de matrícula tienen los centros privados. Puede colegirse que los padres ven en la escuela privada la única vía de salida a la crisis de la enseñanza. Las certidumbres y garantías de la enseñanza chocaron en España con la LOGSE. Esa no es una afirmación subjetiva: los datos del fracaso escolar en España son los peores del conjunto de la Unión Europea.Otras noticias que llegan de las aulas tampoco son de naturaleza risueña: aumenta la violencia en los centros escolares y un reciente informe cifra en casi un 25 por ciento la tasa de acoso escolar. Es un porcentaje que se expresa ya más allá de la primera alarma y que viene a configurar una faceta más negativa y preocupante de la crisis escolar. La erosión del principio de autoridad en los centros y el desprestigio de la noción de esfuerzo convierten las aulas en una suerte de guardería en la que no se imparten conocimiento ni se aprenden comportamientos. La desesperanza es la razón fundamental de un elevado número de bajas por motivos psicológicos entre el profesorado de los institutos más conflictivos. Una enseñanza sin principio de autoridad tampoco es la más idónea para acoger los nuevos alumnos que proceden de la inmigración.En el momento histórico en que más significado tiene el capital humano, mayor es en España el retroceso en la formación del alumnado, en sus capacidades de expresión, lectura, cálculo o memorización. El bajo rendimiento se debe a la mengua de exigencia en las aulas. Sobre la titulación en ESO sin asegurar la debida calificación, dice Francisco López Rupérez en «El legado de la LOGSE» que la percepción del éxito escolar como algo inmerecido genera inseguridad, no refuerza la autoestima en los alumnos y podría estar contribuyendo significativamente al abandono temprano, incluso entre aquellos alumnos que se gradúan en ESO. Por esa razón urge reforzar la evaluación porque no existe otro método de contraste para la gestión de la calidad.Negar o darle la espalda a tales realidades ilustraría una actitud regresiva de la sociedad española. La crisis de la enseñanza no se solventa con más dinero sino con mayor rigor. La vinculación estricta entre calidad educativa y gasto público -como prueba López Rupérez- es un dato más bien incierto. La clave de la crisis es la caída en picado de la idea de excelencia que fue un sobrentendido de los sistemas educativos en el pasado. No de otra manera es practicable la evolución que lleva hasta el estadio de la meritocracia. Negar la eficacia del principio competitivo ha sido un logro de las políticas igualitarias del PSOE, conducente a la mediocre calidad de nuestro sistema educativo y a la crisis general de la enseñanza. En realidad, todo pasa por una reubicación de valores en las aulas para que la respuesta a la exigencia sea el esfuerzo y no el deterioro. Ahí cualquier sociedad que quiera ser civilizada y competitiva tiene su tarea más pendiente. Todo es mucho más acuciante en la perspectiva de la sociedad del conocimiento.
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