Ha llegado la hora de reprimir el impulso natural materno de querer colocar el pichón debajo del ala, protegido de todos los errores, tristezas y peligros.
Ser "innecesaria" es no dejar que el amor incondicional de madre, que siempre existirá, provoque vicio y dependencia en los hijos, como si fuera una droga, a tal punto, de que que ellos no sean capaces de poder ser autónomos, confiados e independientes.
Deben estar prontos para trazar su rumbo, hacer sus elecciones, superar sus frustraciones y cometer sus propios errores también.
Con cada fase de la vida, una nueva pérdida es un nuevo logro; para las dos partes: madre e hijo.
El amor es un proceso de liberación permanente, y ese vínculo no deja de transformarse a lo largo de la vida.
Hasta el día en que los hijos se vuelven adultos, constituyen su propia familia y recomienzan el ciclo.
Lo que ellos necesitan es tener la seguridad de que estaremos con ellos, firmes, en el acuerdo o en la divergencia, en el triunfo o en el fracaso, prontas para el mimo, el abrazo apretado, y el consuelo en los momentos difíciles.
Los padres y las madres, solidariamente, crían a sus hijos para que sean libres y no esclavos de nuestros propios miedos.
Es ese el mayor desafío y la principal misión.
Cuando aprendemos a ser "innecesarios", nos transformamos en un puerto seguro donde ellos puedan atracar.
"A quien ames dale:
- Alas para volar.
- Raíces para volver.
- Motivos para quedarse.
Hagamos hijos independientes y seguros de sí mismos para que vivan una vida plena y honrada.
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