PINTORES NOCTURNOS

No puede reprimir mi debilidad por Manuel Alcántara, que consigue con humor, brevedad y acierto pleno, el dibujarnos facetas de la vida diaria, bajo un prisma particular, que causa dependencia entre sus lectores. El artículo de hoy dice así:

El fenómeno de las ciudades manuscritas es relativamente nuevo. En otras épocas, los paseantes en corte o en aldea sólo podían leer en las paredes ese letrero de «Prohibido fijar carteles», que por cierto estaba siempre al lado de unos carteles muy bien fijados. Había, eso sí, inscripciones infantiles que aseguraban, con altas probabilidades de acertar: «Tonto el que lo lea» y otras donde algún adolescente prometía que su amor sería eterno. Todo cambió entre nosotros con la llamada 'Santa Transición', tan retrospectivamente puesta en cuestión ahora. Lo mejor de aquellas pintadas eran las coletillas añadidas por anónimos transeuntes, amantes del espray y de la noche. «Hay que matar al cerdo de Carrillo», se leía. Y, debajo, la noble advertencia: «Cuidado, Carrillo, te quieren matar al cerdo».Regresan en estos días las amenazas de muerte, contra Garzón y contra Piqué. Parece que es en Tarragona donde hay más grafómanos con vocación de asesinos. También abundan los que escriben en el muro más blanco que encuentran «Puta Espanya», atribuyéndole a lo que llamábamos madre patria el comportamiento sexual de sus madres. Hay motivos para añorar las pintadas gratuitas, ingeniosas y desinteresadas que amenizaban nuestros paseos. En la petrea entrada a una catedral leí una digna de Voltaire, en el supuesto de que Francisco María Arouet fuera tan volteriano como se cree: «Si Dios existe ese es su problema». También recuerdo otra, escrita sin duda por un filósofo amateur: «La vida es una barca», firmada Calderón de la Mierda.Los nocturnos pintores actuales empuercan las fachadas con sus propios excrementos neuronales. Los embalses de rencor se han desbordado y el odio, que antes parecía patrimonio íntimo de algunos, empieza a subirse por las paredes.