Siguiendo por la acera nos encontramos con las verjas de la casa de los Sres. de Bustamante. Tenemos una visión bastante clara de cómo era la finca en aquellas épocas. La mayor parte del año vacía, bajo el cuidado de los guardeses, que vivían en un lateral de la finca, y cuyo cometido era tenerla a punto para cuando venían los dueños. Esa llegada era básicamente en verano o cuando había una boda de la familia que solía celebrar allí, y que, por cierto, alteraba la vida del pueblo. Me acuerdo de un día se celebró a la boda de alguien de la familia de los Bustamante, los invitados, saliendo de la iglesia, subían por carretera del colegio de la Salle, los recién casados e invitados, iban con frac y ropas de fiesta muy lejos de lo que aquí se estilaba; al mismo tiempo se produce la salida de los obreros de la fábrica, ropa de trabajo, el buzo, la boina y no podía faltar la bicicleta. Y nosotros observábamos el acontecimiento desde el campo de aprendices donde estábamos jugando al futbol. Una situación kafkiana. Cosas de la vida.
Las cosas han ido cambiando y los dueños de la mansión han iniciado una explotación comercial de la finca, abierta a la realización de bodas, o alquiler por días. Las cosas cambian, el mantenimiento es complicado. Por otro lado, ha sido abierta en algunas ocasiones a los vecinos para ver sus maravillas arbóreas.
En cualquier caso, para los que éramos niños o jóvenes en aquellos tiempos, y por qué no, para todos los vecinos del pueblo, nos gustaba mirar por las verjas para ver el laberinto, las flores, los árboles que allí existían. De hecho había un árbol que era impresionante, nos referimos al tilo que estaba pegado al muro, muy cerca de la entrada. Decimos impresionante por dos razones, por su volumen y por su altura, nunca he visto un tilo tan grande. Y decimos era, por que un día hubo un enorme vendaval que desgajó el árbol. Fue como si algo se hubiese perdido para el pueblo, íbamos a verlo, se comentaba sobre el suceso.
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