Cuando llegaban las vacaciones, no tengo muchos recuerdos de lo que pasaba en el barrio. Yo me marchaba de vacaciones a casa de mi abuela en Vega de Villafufre. Allí mis veranos se centraban en colaborar con las labores típicas de la zona pasiega: atender a las cosechas, participar en la limpieza de la cuadra, el llevar al ganado a beber al río, atropar el verde o participar en la recogida y meter en el pajar la hierba que se almacenaba para el invierno. Los juegos, con mis primos se centraban en el río: coger peces, cangrejos, truchas, anguilas y ocasiones alguna culebra, pues creíamos que eran varias truchas debajo de las piedras. No puedo olvidar, aquellas primeras truchas cogidas con la mano.
No son cosas del barrio, pero eran mis veranos. Pero cuando deje de ir a casa de mi abuela en verano, comencé a disfrutar de los veranos con los amigos del barrio y del colegio. Los días eran más largos, no teníamos deberes, algunos tenían que ir a la lección, pero fue una época maravillosa. Nuestros juegos seguían siendo los mismos, aunque incorporábamos otras actividades más de acuerdo con nuestra edad. Era el momento de las romerías.
Las Romerías. Muchos éramos los que deseábamos la llegada del verano, no solo por las horas de sol que teníamos para estar fuera de casa, jugando con nuestros amigos, sino porque era el momento de la celebración de las fiestas de los pueblos con sus romerías, con la llegada de las cadenas, los caballitos, las tómbolas, las casetas donde se vendía de todo, las churrerías, el baile y muchas más atracciones.
Al principio, para nosotros, la romería era la de San Juan, que se celebraba en La Rasilla. En aquellos momentos, La Rasilla era un espacio totalmente distinto a lo que hoy vemos. Allí estaba la bolera, con sus gradas en la zona del birle, donde se colocaban las autoridades el día del concurso de bolos de San Juan. Nos encontrábamos con una zona arbolada y con una fuente de agua potable, donde los críos teníamos por costumbre el jugar con el agua. También había bancos de piedras iguales a los que tenemos en la actual plaza de la Constitución. Y tampoco nos podemos olvidar del kiosco de Julia, en las cercanías de las gradas de la bolera. Durante varios días no salíamos de La Rasilla, allí corríamos entre los puestos y la gente, veíamos como jugaban los mayores en la tómbola y nosotros procurábamos sacar unas pesetas a nuestra madre, para poder dar una vuelta en los caballitos o en las cadenas, y poco más, pero disfrutábamos. Por la noche, acompañados de nuestros padres, nos sentábamos con la familia en los puestos, y nos obsequiaban con un vaso de casera de naranja y unas ruedas de churros. Además, nos encontrábamos con los amigos y nuestros padres nos dejaban estar con ellos, pudiendo subir a algunas atracciones de la feria.
A medida que pasaban los años, nuestros padres nos daban más libertad para ir solos a La Rasilla, durante las Fiestas de San Juan. Me acuerdo uno de los días de romería, en que todos felices quedamos debajo del avellano de la casa de Agustín, para ir a la verbena. Todos juntos nos dirigimos hasta la carretera general, la cruzamos y nos adentramos por el obscuro callejón, al final nos encontramos a Blanco, que todo sonriente, nos dijo: ¡Hoy me han dejado salir hasta las 12! Nosotros nos quedamos mirándole y le dijimos: ¡Coño, Blanco! ¿no habíamos quedado en lograr estar hasta el final de la verbena? Tuvimos que ir a hablar con sus padres para que le dejaran salir hasta el final de la verbena. Fue nuestra primera gran verbena: solos y con unos duros en el bolsillo. Fuegos artificiales, hoguera de San Juan.
Pero las cosas cambiaron. En el año 1971, se traslada la fiesta de la Nuestra Señora Virgen de la Cuesta, que se celebraba todos los años el 23 de agosto en La Rasilla, a la Campa de Pendio, en concreto al prao de Angelín, aquel en que todos jugábamos, y en el que ahora está el colegio de José María Pereda. Hay que decir, que la fiesta de la Virgen de la Cuesta coincidía, con la fecha de la entrada de los nacionales en el pueblo durante la guerra civil. Durante los años de 1964 y 1965, en el programa de fiestas se dice “FIESTAS DE LA LIBERACIÓN, XXVII ANIVERSARIO. En el año 1966 ya se habla de “FIESTAS EN HONOR DE Ntra. Sra. de la Cuesta”, y así sucede hasta el año de 1971. A partir de 1972 hasta 1976, los programas anuncian las actividades que se van a llevar a cabo durante las Fiestas de San Juan y las Fiestas de Ntra. Sra. de la Cuesta. Ha desaparecido en el programa, la referencia a las Fiesta de la Liberación. Pero cuando leemos las actividades que se van a celebrar durante las Fiestas de la Virgen de C Cuesta, el día 23 de agosto, se programa lo siguiente: XXXIX ANIVERSARIO DE LA LIBERACIÓN. A las doce, Santa Misa en la iglesia Parroquial de San Vicente Mártir.
Los que es interesante, es que las principales fiestas del pueblo de Los Corrales, dejan definitivamente la zona de La Rasilla, donde se habían celebrado desde un primer momento, para trasladarse a la Campa de Pendio. Ahí estuvo desde del año 1971 hasta 1976, ambos incluidos. Posteriormente, se trasladará a otras zonas del pueblo. Pero en todo caso, lo importante para nosotros es que teníamos las fiestas al lado de nuestra casa. En el prao de nuestros juegos infantiles. Salíamos de casa, saltábamos la pared y allí estaba la romería, las verbenas y todos los “cachivaches”. Además, estando al lado de casa, nuestros padres nos permitían estar prácticamente, hasta que terminaba la verbena. En todo caso, no podían dormir, con el ruido de la música del baile y de las atracciones.
Varias fueron las orquestas musicales, que pasaron por el prao de Angelín en estos 5 años en que las fiestas estuvieron allí, tanto en San Juan como en las Fiestas de Ntra. Sra. de la Cuesta. Las orquestas habituales eran la Orquesta BAHIA, la orquesta DANUBIO, la orquesta BRASIL, la Orquesta CUBANACAN y Orquesta EXÁTONOS. Desconozco de dónde eran estas orquestas. Sí tenemos alguna referencia sobre la orquesta CUBANACAN, originaria de Torrelavega, que surgió en el año 1956 y que actuaba por los pueblos de la provincia, pero al parecer, su mejor zona de actuación eran los pueblos de Asturias.
Pero también en año 1972, tuvo una relevancia especial en la fiesta de San Juan, un grupo musical que cosechó un enorme éxito en el mundo de la música a nivel provincial y las provincias de los alrededores. Eran LOS DUQUES, pero lo dejaremos para otro momento cuando hablemos de personas del barrio que destacaron en el mundo del deporte, de la escritura, de la política o a otros niveles. Ahora dejamos indicado que, en este grupo jugó un papel relevante nuestro vecino Manuel Fernández.
Es cierto, que las fiestas de San Juan y a las de Ntra. Sra. de la Cuesta jugaron un papel importante en el paso de la infancia a la juventud. No solo nos introducíamos en un mundo nuevo, si no que nos alejamos de la tutela de nuestros padres, también fortalecíamos la amistad con nuestros amigos de la infancia y hacíamos nuevos amigos y descubrimos a las chicas desde un punto de vista diferente. Ya no eran aquellas con las que jugábamos a la peonza, a las canicas, etc. Ahora se trataba de conseguir un baile.
Si bien es cierto que las Fiestas de San Juan tenían una enorme acogida por los jóvenes del barrio, no lo es menos que, durante la época de verano, acudíamos a todas las fiestas patronales que se llevaban a cabo en los pueblos del Municipio sino también otros del entorno. Aquellas salidas que realizábamos en bici, cruzando el puente colgante que atravesaba el río Besaya y que posteriormente, subíamos por la cuesta Ladreo, en dirección a las la fiesta del Cuco o las que hubiera en el municipio de San Felices.
Tampoco podemos olvidarnos, de la Fiesta de Los Remedios de Coo, donde asistíamos a ver bailar a los picayos de Coo y por la tarde a las romerías, utilizando nuevamente la bici como medio de transporte. Así como la fiesta de Barros, San Mateo, o la fiesta de San Roque en Somahoz, donde íbamos a ver el concurso de tiro, las carreras de saco y los bailes de la tarde. Y qué decir de la fiesta de San Bartolo, en Collao –en los documentos oficiales siempre se refiere al pueblo como Collado, pero todos utilizamos el nombre de Collao-. Esta era una de las fiestas a la que íbamos muchos de los vecinos del barrio. Solíamos ir por la cambera, bordeando el rio Muriago, llegando al prado de Camisón y continuábamos por la senda, que los vecinos de Collao, hacían para ir al trabajo. La otra opción era subir por la carretera, pero era más monótona. A esta fiesta en cuadrillas, con nuestros bocadillos y con las botas de vino, los mayores, y también con nuestra cajetilla de tabaco, bien Celtas, Ducados, Jean si era tabaco negro, o Bisonte, Pall Mall, Malboro, Winston, si era tabaco rubio; tampoco podemos olvidarnos de la famosa cajetilla de Piper, con sus correspondientes 20 cigarrillos mentolados con filtro. Allí estábamos, en el prado, tumbados, descansando de la caminata y saciando el hambre con nuestros bocatas y dando buenos tragos a la bota de vino. Después a esperar la llegada del baile y para pasar el tiempo, ir al bar de Norí, donde si teníamos suerte, nos sentábamos en la zona del balcón, que daba al lugar donde estaba situado el templete. Cuando comenzaba la música, íbamos al baile a ver si había suerte. El tiempo pasaba y había que volver al barrio, normalmente por la carretera, el monte ya no era atractivo por la noche.
Pero había más romerías, como las de Lombera y la de El Bardalón y por supuesto la de San Migueluco, que se celebraba en la Aldea. Esta era otra de las fiestas de gran renombre. De hecho, la plaza de llenaba de puestos de todo tipo, como el de los churros, ni el puesto de tiro ni los restantes puestos en los que se vendía de todo y, lógicamente, allí estaba el templete, donde se colocaba la orquesta que animaba el baile. El día de la misa, en la ermita de San Migueluco, hubo una época en que siempre aparecía el Coro de Danzas de Entremontañas en el que dedicaban una o dos danzas al Santo. Por la tarde y por la noche llegaba la romería y las verbenas, con los correspondientes bailes.
Una de las últimas romerías a la que acudíamos era la de Molledo, que tenía un gran atractivo para la gente de la zona, pero yo fui pocas veces. También es cierto, que muchos de los jóvenes del barrio, aquellos de más edad, se iban hasta Reinosa o Aguilar de Campo a las fiestas. Pero nunca fui, pues había que ir en tren o en autobús y hacía frío. De hecho, después de mucho tiempo, ejercí la docencia en el Instituto de Reinosa y nunca he pasado tanto frió como allí. Pero bueno, algunos de los vecinos del barrio encontraron a su amor en esas tierras.
Pero no era solo el momento de ir a las romerías. No debemos olvidarnos que, en este período de buen tiempo, muchos de los vecinos del barrio de los años de juventud, llevasen a cabo su proceso de iniciación, para situarse a la altura de los de mayor edad. Esto consistía en entrar en las galerías de la cueva del Moro. Una de las personas que entraron en la cueva en varias ocasiones fue Manolo Fernández. Él, cuenta que para llegar a la cueva había que dirigirse por la cambera que iba paralela al río Muriago, en dirección al prao de Camisón. A uno 500 metros del inicio del camino, había que descender hasta el río y al cruzarlo se encontraba la cueva, oculta entre matorrales. La entrada era de unos 40 centímetros de altura, y a través de un túnel de aproximadamente 10 metros, se llegaba a una gruta de forma semiesférica de unos 9 metros de altura y 5 metros de diámetro. En la pared de la derecha de esta gruta, surgía otro túnel de aproximadamente de unos 10 metros, por el que se podía pasar de pie. A partir de esos 10 metros, nos encontramos con una nueva gruta alargada de unos 30 metros de longitud y de una forma de seta, en el tronco llegaba a la altura de la cintura de los chicos. Todo este pasadizo, terminaba en una pared frontal donde había varias cavidades, que se prolongaban hacia el interior, pero cuenta Manolo que él nunca pasó por ellos. Pero se comenta que los hijos de Ramón “Patachula” y Mauricia “La Mora”, que vivieron en la anteúltima casa de barrio, si atravesaron dichos túneles.
Una de las cosas curiosas de la entrada a la cueva, es que los amigos de Manolo, que la visitaban con frecuencia, diseñaron un pequeño artilugio para atravesar la zona estrecha y baja para que no tuvieran que arrastrase por el suelo de la cueva hasta llegar a la primera sala. Esto provocaba manchas y, en ocasiones, rotura de la ropa. El problema lo resolvieron mediante, una tabla con dos cuerdas, una atada en la parte delantera y la otra en la zona trasera. El primero que entraba en la cueva se arrastraba apoyado en la tabla. Al final del trayecto, los que estaban a la entrada, atraían la tabla mediante la cuerda y allí se montaba otro de los amigos, siendo el que estaba en el interior el que tiraba de la cuerda. Así sucesivamente, hasta que todos estaban dentro. Y lo mismo sucedía cuando terminaban la visita a la cueva.
Tengo que decir que siempre tuve miedo de entrar en las cuevas, así que nunca pude hacerlo. Siempre tuve envidia de mis amigos que comentaban que habían estado en la cueva, y me animaba a entrar, pero nunca lo hice. Lo curioso es que cuando me fui a Salamanca a estudiar, en la Universidad, me especialicé en el Arte Paleolítico, lo que hice después de visitar muchas cuevas que existen en la Cornisa Cantábrica y también de participar en excavaciones de cuevas con yacimientos prehistóricos. Ahora me gustan las cuevas, e incluso recuerdo, que uno de los años que vine de Salamanca, durante las vacaciones de verano, fui con mis amigos Agustín y Raúl, a visitar una pequeña cueva que estaba por la zona de la cueva del Moro, pero no parece ser la que describe Manolo. Lo que si es cierto es, que allí nos encontramos no instrumentos paleolíticos, sino un impresionante paquete de puntas de un gran tamaño que pertenecían a la fábrica de NMQ, SA. Cosas de la vida.
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