Según publica el Diario Montañés, cincuenta y ocho años después de su promulgación por Naciones Unidas, la ONU ha dedicado la cita de 2006 para subrayar hasta qué punto la pobreza es, a la vez, causa y efecto de la conculcación de los demás derechos. La pobreza afecta a la salud y llega a poner en riesgo la propia vida, aleja a quien la padece del acceso a servicios básicos, lo destierra fuera del mercado de trabajo e incluso de los registros de ciudadanía o de la protección ante los tribunales. Aunque otras actuaciones sean necesarias, han de ser las instituciones las que concedan al ingreso mínimo rango de derecho ciudadano, se preocupen porque la información sobre las prestaciones sociales disponibles llegue también a quienes padecen situaciones de marginación, detecten los casos límite que soportan especialmente muchos ancianos y niños, y se aseguren de que el acceso a una alimentación suficiente, a la sanidad y a la educación sean universales. Porque de la misma manera que la ONU ha concluido que en el mundo «los más pobres cada vez son más pobres», entre nosotros los más excluidos del bienestar tienden a alejarse de las posibilidades de integración social que debe ofrecerles una sociedad en buena medida opulenta.
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