Hoy día es normal, que en todas las casas se tenga una lavadora en la que las familias lavan las prendas de vestir, de las sábanas, etc. En definitiva, el mantenimiento de la higiene de la ropa o prendas que utilizamos en nuestra vida diaria. Pero esto no siempre ha sido así. Durante mucho tiempo el lavado de la ropa se hacía en los ríos o en los lavaderos comunales que existían en los barrios o pueblos. Aquellas zonas de los ríos cercanas al pueblo, donde las mujeres habían establecidos sus lavaderos; en los que cada vecina tenía una piedra de lavar, que nadie más utilizaba, y al que determinados días de la semana iban con el balde de la ropa y su correspondiente cajón de lavar, allí colocaban el cajón, se arrodillaban y a lavar. Tardes de lavado, de charlas y de ponerse al día de los acontecimientos del pueblo. Ya no hay lavado en el río, pero todavía en muchos pueblos, lo lavaderos se conservan como patrimonio cultural. Aquí, en nuestro pueblo, había un lavadero en el barrio de La Aldea, pero pasó a la historia. Se destruyó.
En nuestro barrio, en ocasiones también se lavaba la ropa en el Muriago, pero no era lo habitual. Las casas tenían agua corriente y por tanto tenían su propio lavadero, lo que mejoraba las condiciones de la familia. Daba igual estar en invierno o en verano, no había que salir de casa para lavar la ropa y se disponía de agua caliente. Todo esto facilitaba que las mujeres de la casa pudieran lavar cuando pudieran. Ya no dependían del frío, del calor, de las crecidas del río o simplemente que hubiese espacio en los lavaderos públicos.
En el barrio de Los Millonarios, el lavadero se situaba en un espacio que existía entre la pared del balcón y la pared que daba al baño. En la pared del balcón había una ventana, que permitía una mayor claridad, lo que facilitaba el lavado de ropa. Por otro lado, esta ventana permitía coger la ropa para colgarla en el tendal del balcón. En ocasiones, le dábamos la ropa lavada por la ventana y mi madre la colgaba y otras veces la ponía en el balde y la sacaba al balcón, sin tener que entrar o salir a buscarla. El lavadero, era de piedra, tenía dos grifos, uno para el agua caliente y otro para la fría y en el fondo había un desagüe, que cuando se quitaba el tapón salía el agua hacia las tuberías del exterior.
En la parte inferior del lavadero había un espacio que se utilizaba para poner, el jabón, la lejía, los paños para limpiar el lavadero una vez terminado el lavado. También en este espacio se situaban los calderos del carbón y la leña. En ocasiones, este espacio se cerraba con una tela corredera que evitaba la vista de lo que allí se tenía.
Allí, en el lavadero de la casa nos encontrábamos los elementos del lavado de la ropa: el balde y el caldero de zinc, y por supuesto el jabón. No el detergente que actualmente todos vemos utilizar en nuestras casas, sino el jabón Chimbo, jabón Lagarto u otros que se compraban en las tiendas. Aunque también era frecuente que las amas de casa elaborasen el jabón que se utilizaba en las casas con la combinación de aceite usado, -no se tiraba después de usado, sino que se almacenaba-, agua y sosa cáustica. En aquella época era habitual resolver las necesidades, sin tener que recurrir a la compra, se reutilizaban productos y al mismo tiempo se evitaban gastos innecesarios. Los sueldos eran bajos y las familias con muchos hijos.
Este lavadero cumplió otras funciones en la casa. En ocasiones, era el lugar donde a los niños pequeños nos bañaban. Era más cómodo bañarnos en el lavadero, con el calor de la cocina que en la pequeña ducha del cuarto de baño, además allí podíamos permanecer más rato sin peligro.
Con el tiempo, este lavadero muchos lo hicieron desaparecer. Por ejemplo, mis padres, tapiaron la ventana y el espacio que ocupaba pasó a formar parte del baño y el resto se incorporó a la cocina donde se incorporó la primera cocina eléctrica que hubo en la casa, lo que no implicó que desapareciera la “cocina económica”.
El lavadero, se trasladó al garaje que se construyó sustituyendo al gallinero. Allí, cumplió las mismas funciones que había cumplido en la casa. Al día de hoy, allí sigue, como recuerdo de nuestra infancia.
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